miércoles, 30 de septiembre de 2015

Comme une comète.v2.





Petite histoire d’un Noël Illuminé, écrite grâce aux images de la Chocolatina Jet.



 




 




Comme une comète, il entra dans ma vie, la glace et la poussière en moins. Sa queue poussée par le vent solaire et mesurant des millions de kilomètres ne pouvait être appréciée par l’œil humain.
Précipitamment mais sans me faire peur, il s’installa chez moi.

A ce moment-là, je ne pouvais pas encore me rendre compte de l’ampleur du tremblement de terre causé par sa chute, ni de ses répercussions sur les sanctuaires de ma planète.
Nous avions, tous deux, des coutumes nocturnes et nous aimions les grottes profondes.

Avec ses pattes, il pouvait ressentir mes vibrations quand nous étions en train de danser. Nos compositions chimiques se ressemblaient, bien que nous ne vivions pas dans le même monde.

Il percevait les légers changements de mes états d’âme et il pouvait émettre une grande variété de sons pour m’entourer et me rassurer. Grâce à ce système, je pouvais rester deux heures immergée et supporter n’importe quelle eau.
Parfois, j’avais peur de son rostre large et plat. Je pensais qu’il pouvait attaquer une à une mes faiblesses et me réduire en miettes comme l’une de ses proies. Mais par la suite, j’avais remarqué qu’il n’y avait aucune menace et qu’il me défendait même des prédateurs. Il était le plus rapide lorsqu’il s’agissait de me protéger. Sa vue était perçante et il savait distinguer qui est qui.
C’était un être très spécial habité par des loups, des renards, des lièvres arctiques et un grand nombre d’oiseaux. Les rennes aussi traversaient son horizon intime.
Pendant le solstice d’été, nous profitions du soleil qui nous brûlait les yeux  pendant les vingt-quatre heures du jour. Nous étions aveuglés mais cela nous  importait peu car nous savions que nous étions assis l’un à côté de l’autre. Accompagnés de cette certitude, nous pouvions continuer de sourire.
Parfois, je pouvais craindre ses éruptions violentes. Cela arrivait quand je m’y attendais le moins. Elles étaient implacables mais courtes.
Je les notais dans un cahier avec la date et l’heure. A côté, j’ajoutais une qualification : une, deux, trois étoiles selon l’intensité de la déflagration et la quantité de pierres et de laves expulsées dans l’air.

J’avais aussi prévu de dessiner une, deux, trois têtes de mort pour consigner la magnitude de la douleur que j’avais ressentie au moment de l’explosion.

Mais je n’avais pas eu besoin de tracer ces symboles mortifères car, à aucun moment, il ne me fit du mal. Jamais, il ne tenta de me blesser. Jamais il n’y eut, entre nous, une dispute qui excéda la brutalité d’un pétale de rose.
Non.
De toute façon, en cas d’urgence, nous pouvions nous cacher chacun dans notre chambre.
Entre nous, une constante activité s'était manifestée et, malgré les risques éventuels, nous avions continué de vivre ensemble, très proches. Nous partagions une vie très fertile grâce aux cendres que notre expérience avait laissées tout au long du chemin.

Cette comète s’était précipitée sur mon sol le vendredi 13 décembre 2013 à 7 heures du soir.

...Puis elle avait disparu.

Version originale, février 2013.
Version blog 1, février 2014.

 

 

 

Como un cometa.v2.


 
Pequeña historia de una Navidad Iluminada, escrita gracias a las imágenes de la Chocolatina Jet.

  
 
 
 


Como un cometa cayó en mi vida pero sin hielo y sin polvo. Su cola impulsada por el viento solar y que medía millones de kilómetros no se podía apreciar con el ojo humano.

Precípitemente pero sin asustarme, se instaló en mi casa.

A este momento, todavía, no me podía dar cuenta de la amplitud del terremoto causado por su caída, ni de las repercusiones que iba a conocer los santuarios de mi planeta.

Los dos teníamos costumbres nocturnas y nos gustaban las cuevas profundas.

Con sus patas podía sentir mis vibraciones cuando estábamos bailando. Nuestra composición química se parecía aunque no vivíamos en el mismo mundo.

Percibía en mí, los ligeros cambios de mis emociones y podía emitir una gran variedad de sonidos para rodearme y darme seguridad. Gracias a este sistema yo podía aguantar dos horas sumergida en cualquier agua.

A veces me daba miedo su pico largo y aplanado. Pensaba que podía atacar una a una mis debilidades y reducirme en trozos como una de sus presas. Pero después, constaté que no había ninguna amenaza y que, al contrario, me defendía de los depredadores. Era el más veloz para rescatarme. Su visión era aguda y sabía distinguir quién es quién.

Era un ser muy especial habitado por lobos, zorros, liebres árcticas y muchas aves. Los renos también atravesaban su horizonte íntimo.

Durante el solsticio de verano, disfrutábamos del sol que nos quemaba los ojos las veinte cuatro horas del día. Nos enceguecíamos pero no importaba porque sabíamos que cada uno estaba sentado al lado del otro. Con esa certeza, podíamos seguir sonriendo.

A veces le podía temer a sus erupciones violentas. Sucedía cuando menos lo esperaba. Eran implacables pero cortas.

Yo las tenía registradas en un cuaderno con fecha y hora. Les ponía al lado una calificación: una, dos, tres estrellas según la intensidad del estallido y el número de piedras y lavas expulsadas en el aire.

También quería dibujar una, dos, tres calaveras en el tablero para registrar la magnitud del dolor que había  sentido durante la explosión.

Sin embargo, nunca tuve que trazar este símbolo mortífero porque jamás me lastimó. No intentó herirme. Nunca hubo una controversia que sobrepasó la violencia de un pétalo de rosa.

No.

De todas formas, en caso de emergencia, podíamos ocultarnos cada uno en su cuarto.

Entre nosotros, una constante actividad se manifestaba y, a pesar de los riesgos eventuales, seguimos viviendo juntos con mucha cercanía. Compartimos una vida muy fértil gracias a las cenizas que nuestra experiencia había dejado a lo largo del camino.

Ese cometa había caído en mi suelo el viernes 13 de diciembre 2013 a las siete de la noche.

…Luego desapareció.



Versión original, febrero 2013.
Versión blog 1, febrero 2014.

martes, 29 de septiembre de 2015

Alameda song (esp).v2.




A la sombra de un álamo

Un hombre me espera

Anónimo

Atravieso la plaza

 

Beso choque

En un abrir y cerrar de ojos

Su perfume se pega a mi piel

Flashazo en pleno sol

 

Por las carreteras de Málaga

El hombre se ha ido

Que así sea

 

Mi cuello es suyo

En la noche seca

La esencia perdura



Versión original, julio de 2014.
Versión blog 1, septiembre de 2014.

Alameda song (fr).v2.



A l’ombre d’un peuplier

Un homme m’attend

Anonyme

Je traverse la place

 

Baiser  choc

En un clin d’œil

Son parfum colle à ma peau

Flash en plein soleil

 

Par les routes de Malaga

L’homme s’en est allé

Ainsi soit-il

 

Mon cou est le sien

Dans la nuit sèche

L’essence  perdure



 

Version originale, juillet 2014.
Version blog 1, septembre 2014.


 

lunes, 28 de septiembre de 2015

Aeropuerto.



Por un lado, la acera, un país, una nación, una cultura, uno fuma su último cigarrillo. Después de haber cargado las maletas, uno carga sus pulmones. Buscamos almacenar el máximo de nicotina antes del despegue.
Los ojos barren los alrededores y la boca articula en silencio para despedirse del paisaje. Prometer que volveremos, que la historia entre nosotros no ha terminado.

Pasamos las puertas automáticas de cristal, los guardias de seguridad, los rayos X, los pórticos de luz. Uno se quita la chaqueta, el cinturón, los zapatos. Se los pone de nuevo. Mecánicamente, ejecutando el rito de cruce de la frontera, esa que separa un país de un centenar de otros países.

Del otro lado, se entra en la zona internacional. Un hall gigantesco.
Un lugar de confluencia.

La gente se cruza, se mezcla, se pierde, se encuentra, se separa, se prepara para salir, para volver, a nunca ser el mismo...
En las caras, leemos las partidas ligeras burbujas de champán, las partidas pesadas en contra del corazón, las partidas agrias forzadas, las partidas frágiles salto al vacío ...

Entre cada puerta, nuevas líneas invisibles dividen las aguas.

Puerta 23 Lagos AF21.Puerta 19 Nairobi LH 52. Puerta Bangkok THA 931.

En c
ada sala de espera, colores de piel diferentes, solteros, familias, sillas de ruedas, peluches, maletas Louis Vuitton, cajas de cartón-cuerdita... La Latina en short y tacón de aguja. La Catarí con velo integral. Saris, túnicas, sandalias, botas, anoraks...
Cada individuo con su historia. Cada persona, con su universo.
Salas vacías, otras repletas a rebosar.
Cerámicas que resplandecen bajo las ruedas de los carritos en todos los aeropuertos del mundo.

Una descripción bien banal.

Estoy sentada en el piso helado, la espalda apoyada contra el vidrio. Los motores de los Boeings roncan detrás de mí. Escribo de emergencia.

Niña, yo vivía al lado de la estación. Miraba los trenes ir y venir desde mi ventana, desde la calle, desde el andén, pero nunca había montado dentro de uno. No viajábamos.

Mi madre vendía los periódicos en la tienda de tabaco en el corredor. Usaba todos los días el mismo vestido y un par de gafas con una sola patilla. La despidieron. Contrataron a nuevas vendedoras más jóvenes. Más bellas, más elegantes, con gafas bonitas de dos patillas.
Ella había encontrado un nuevo trabajo. Pasaba la inmensa escoba en la sala de los pasos perdidos de la estación. El trapo por las oficinas de la agencia de viajes. El trapero en los baños también. Las gafas de una sola patilla, ya no molestaban. El vestido tampoco, le habían dado una blusa azul SNCF.

A menudo, me llevaba con ella. Yo jugaba en medio de los pasillos, corría entre las filas de asientos de plástico. Aprendía a leer en el tablero de salidas, trataba de adivinar los nombres de las ciudades que aparecían a toda velocidad. Sentada con las piernas cruzadas, en las losas congeladas, hojeaba las páginas de los folletos de la agencia de viajes que mi madre me daba para pasar el tiempo. Rec
ortaba las pirámides, los baobabs, los monjes tibetanos e ilustraba mis collages.

Hablaba con los vagabundos.
No esperaba ningún tren. En pleno centro de ese hormiguero, las piernas de los transeúntes pasaban a toda velocidad frente a mi nariz. Entre dos trenes, todo estaba de nuevo tranquilo. Yo estaba ahí. En stand-by. En pleno corazón de la zona de confluencia.

Me quedaba dormida sobre el cuaderno de imágenes, entre los leones que se estiran en el césped del Machu Pichu y los pingüinos que se bañan en las fuentes del Taj Mahal.

Tarde en la noche, el servicio terminado, mi madre me alzaba. Muñeca de trapo floja, fingía dormir para que me cargara sobre su espalda.
Las piernas colgadas y los ojos medio cerrados, me dejaba arrullar por el ritmo de sus pasos. La serenidad llenaba todo mi cuerpo. Tenía la impresión de cabalgar una gran bestia poderosa.
Un camello tuareg. En el frío del invierno, podía escuchar su respiración y veía pequeñas nubes blancas saliendo de su boca. Tomaba el Estación-Apartamento. Veinte cinco minutos de viaje.

Adulta, tomo el Bogotá-Hanói con la misma libertad inhabitual y elegante.

Ayer en Colombo. Mañana en Nueva York. Pasado mañana en Río.
Hoy, me encuentro bajo la bóveda del aeropuerto de Madrid pero me encuentro, ante todo, bajo la bóveda del cielo.


Versión original, agosto de 2012.
Blog Versión 1, octubre de 2012.

 

Aéroport.v2.


 

D’un côté, le trottoir, un pays, une nation, une culture, on fume sa dernière cigarette. Après avoir chargé ses valises, on charge ses poumons. On cherche à engranger le maximum de nicotine avant le décollage.

Les yeux balaient les alentours et la bouche articule en silence pour dire au revoir au paysage. Promettre qu’on reviendra, que l’histoire n’est pas fini entre nous deux.

On passe les portes vitrées automatiques, les agents de sécurité, les rayons X, les portiques lumineux. On enlève sa veste, sa ceinture, ses chaussures. On les remet. Mécaniquement, on exécute le rite du passage de la frontière, celle qui sépare un pays d’une centaine d’autres pays.

De l’autre côté, on entre en zone internationale. Un hall gigantesque.
Un lieu de confluence.

Les gens se croisent, se confondent, s’égarent, se retrouvent, se séparent, se préparent à partir, à revenir, à n’être plus jamais le même…

Sur les visages, on peut lire les départs légers bulles de champagne, les départs lourds à contre cœur, les départs aigres contraints, les départs fragiles saut dans le vide…

Entre chaque porte se dessinent de nouvelles lignes de partage des eaux.

Porte 23 Lagos AF 21. Porte 19 Nairobi LH 52. Porte 36 Bangkok THA 931.

À chaque salle d’attente, des couleurs de peau différentes, des célibataires, des familles nombreuses, des fauteuils roulants, des nounours, des mallettes Louis Vuitton, des cartons-bouts de ficelle… La latina en short et talon aiguille. La qatarienne en voile intégral. Des saris, des boubous, des sandales, des bottes, des anoraks...
À chaque individu, une histoire. À chaque personne, un univers.
Des salles vides, d’autres bourrées à craquer.
Céramiques qui brillent sous les roues des chariots dans tous les aéroports du monde.

 Une description bien banale.

 Je suis assise sur le sol glacé, adossée contre la vitre. Les moteurs des Boeings ronflent derrière moi.  J’écris dans l’urgence.

Enfant, j’habitais à côté de la gare. Je regardais les trains aller et venir depuis ma fenêtre, depuis la rue, depuis le quai mais je n’étais jamais montée à l’intérieur. Nous ne voyagions pas.

Ma mère vendait les journaux au bureau de tabac dans le hall. Elle avait tous les jours la même robe et une paire de lunettes avec une seule branche. Elle avait été licenciée. De nouvelles vendeuses plus jeunes avaient été embauchées. Plus belles, plus élégantes avec de jolies lunettes à deux branches.

Ella avait trouvé un nouvel emploi. Elle passait l’immense balai dans la salle des pas perdus de la gare. Le chiffon sur les bureaux de l’agence de voyage.  La serpillière dans les toilettes aussi. Les lunettes à une branche, ce n’était plus gênant. La robe non plus, on lui avait fourni une blouse bleue SNCF.

Souvent, elle m’emmenait avec elle. Je jouais au milieu des allées, je courais entre les rangées de sièges en plastique. J’apprenais à lire sur le tableau des départs, j’essayais de deviner les noms des villes qui s’affichaient à toute vitesse. Assise en tailleur, sur les dalles gelées, je feuilletais les pages des brochures de l’agence de voyage que ma mère me donnait pour passer le temps. Je découpais les pyramides, les baobabs, les moines tibétains et j’illustrais mes collages.

Je parlais avec les clochards.

Je n’attendais aucun train. Au milieu de la fourmilière, les jambes des passants défilaient à toute vitesse devant mon nez. Entre deux trains, tout redevenait calme. Je me trouvais là. En stand-by. En plein cœur de la zone de confluence.

Je finissais par m’endormir sur mon cahier d’images, entre les lions qui s'étirent sur les pelouses du Machu Pichu et les pingouins qui s’ébrouent dans les fontaines du Taj Mahal.
Tard dans la nuit, le service terminé, ma mère m’élevait dans les airs. Poupée de chiffon molle, je faisais semblant de dormir pour qu’elle me porte sur son dos.
Jambes pendantes et yeux mi-clos, je me laissais bercer par le rythme de ses pas. La sérénité remplissait tout mon corps. J’avais l’impression de chevaucher une grosse bête puissante. Un chameau Touareg. Dans le froid de l’hiver, j’entendais son souffle et je voyais des petits nuages blancs sortir de sa bouche. Je prenais le Gare-Appartement. Vingt-cinq minutes de voyage.

Adulte, je prends le Bogota-Hanoï avec la même désinvolture.
Hier à Colombo. Demain à New York. Après-demain à Rio.
Aujourd’hui, je me trouve sous la voûte de l’aéroport de Madrid mais je me trouve, avant tout, sous la voûte du ciel.


Version originale, août 2012.
Version blog 1, octobre 2012.

domingo, 27 de septiembre de 2015

Autoretrato.

 



¿Flexible? , lo soy. Pero sin entrenar, no llego a ninguna parte.
¿Pensar? Esto requiere un esfuerzo así que me abstengo.
¿Diletante? Ciertamente.

Por eso mi autoretrato es tan corto.


Versión original 1988.

Versión blog 1, noviembre de 2012.

 

sábado, 26 de septiembre de 2015

El pesebre está vacío.




 
Boca arriba bajo el cielo de cualquier ciudad.

Las resoluciones del año nuevo vuelan al nivel de las chiribitas. O más bien al nivel del cinturón. Ella cuenta y recuenta sus amantes, tantos como el número de teclas del piano que escucha.
Deshoja, deshoja los hombres y las margaritas. ¿Cuántos amores en capullo nunca eclosionados? ¿Cuántos pantalones abandonados al pie de su cama? Corteza de una piel blanca, negra o trigueña.
Hoy es el hermano de un fulano que se va al amanecer ¿y mañana?...

En la tierra yace un pequeño embrión. Una planta lo absorbe. Una piedra blanca lo cubre. Minúscula lápida por un no-nacido(a).
La eterna huérfana no quiso que se quedara sin padre. El niño de la vergüenza no nacerá. Lamentos amargados de una madre abortada.
Estuvo tan cerca esa vez.
Pero, los carroñeros, además de dejarla despellejada, la destituyeron del derecho a dar a luz.
Y otros alter egos siguen como ella tropezándose en la alfombra de su libido porque un día, esas aves de muerte les quitaron el derecho a ser el imposible de alguien.
Su barriga hubiera podido inflarse. Desproporcionadamente, hermosa, como una gran luna colgada a su cuerpo. Pero sola, habría quedado.
Preciosa mamá en la desesperación, ella mató a su hijo gentilmente, meciéndolo suavemente en su vientre, hablándole en voz baja y tranquilizándolo entre cada contracción.
Murió el divino niño, entre Navidad y Año Nuevo. Celebremos con champán. Para él, es su última copa.
El pesebre está vacío ahora. Confiar en su buena estrella, ella no tiene más. La estrella de sus noches de insomnio.
En el fondo de sus sábanas, más que nunca, buscará las lágrimas que no llegan.

El peligro es su hogar. Desgraciadamente.



Versión original, 6 de enero de 2005.

Versión blog 1, abril de 2013.

 

La crèche est vide.v2.




Allongée sous le ciel d'une ville quelconque.

Les bonnes résolutions de la nouvelle année volent au ras des pâquerettes. Ou plutôt au ras de la ceinture. Elle compte et recompte ses amants, autant de touches que celles du piano qu’elle écoute.

Elle effeuille, effeuille les hommes et les marguerites.
Combien d’amour en bouton jamais éclos ? Combien de pantalons abandonnés au bas de son lit? Écorce d’une chair blanche, noire ou mate.
Aujourd‘hui, c’est le frère d’untel qui s’en va au petit matin et demain ?…

Dans la terre repose un petit embryon. Une plante s’en nourrit. Un caillou blanc le recouvre. Minuscule pierre tombale pour un non-né(e).
L’éternelle orpheline n’a pas voulu qu’il reste sans père. L’enfant de la honte ne naîtra pas. Regrets amers d’une mère avortée.

Elle était pourtant si près cette fois.

Mais les charognards, en plus de l’avoir dépecée, l’ont destituée du droit d’enfanter.
Et comme elle, ses alter egos continuent de se prendre les pieds dans le tapis de leur libido parce qu’un jour, ces oiseaux de mort leur ont retiré le droit d’être l’impossible de quelqu’un. 

Son ventre aurait pu enfler. Démesurément, joliment, comme une grosse lune accrochée à son corps. Mais seule, elle serait restée.
Jolie maman au désespoir, elle a tué son enfant gentiment, tout doucement en le berçant dans son ventre, en lui parlant à voix basse, en le rassurant entre chaque contraction.
Il est mort le divin enfant, entre Noël et Jour de l’an. Arrosons-le de champagne. C’est pour lui sa dernière coupe.
La crèche est vide à présent. Elle n’a plus qu’à compter sur sa bonne étoile. L’étoile de ses nuits blanches.
Tout au creux de ses draps, elle cherchera encore et plus que jamais, les larmes qui ne viennent pas.

 Le péril est sa demeure. Malheureusement.



Version originale, 6 janvier 2005.

Version blog 1, avril 2013.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Muerta.



Hoy mi madre subió al cielo.
No.
Hoy mi madre murió.

Como un pez fuera de su pecera.

Su boca gran abierta
Aspira,
Aspira el aire.
Pero el aire ya no quiere entrar.
¿Está aburrido el aire?
¿Se niega?
Parece.
Tiene unos aires
De ya no quiero. 
Se rebela.
Entra.
Entra.
Entra.
Pero ya no sale.

Al revés sus ojos se van,
Mi puño se cierra,
Aprieta su mano,
Y se acabó.
Lloro.
Circula, en mí, el aire,
Por la boca que ulula,
Por la nariz.
Y produce burbujas voluminosas,
Burbujas voluminosas de aireación de acuario.
Ella sobrevuela.
Voy a la cabina telefónica.
Ella me sigue.
Anuncio.
“Allo, mi madre está muerta.”
Ella me roza.
Ella me escucha.
Regreso cerca de su corteza.
Miro sus dedos nudosos,
La argolla incrustada en la carne,
Su barriga gorda rellena de plumas,
Como una almohada,
Su frente fruncida de inquietud,
Las cavidades de los ojos azul gris,
Gris azul,
La punta detrás de su oreja,
La punta detrás de mi oreja,
Acaricio,
Marca del molde,
Molde familiar.
Abandonar.
Ahora la línea de demarcación ha sido franqueada.
Hay que abandonar
El cuerpo,
Guardarlo en el sótano,
En la nevera,
Conservarlo fresco hasta la fecha,
Hasta la fecha indicada,
Hasta la fecha límite.
Tomar notas una última vez,
Recorro
Los meandros de su piel.
Registrar
Fotografiar.
Memorizar.
Interiorizar.
Después del hielo,
El fuego,
Y otra vez el imperativo,
No olvidar.
Después del fuego,
El aire,
Y las cenizas esparcidas,,
En los ojos
Sobre la tierra,
Sobre la nieve.
Y luego nada más.

Nada.
Nada.
Nada.
O sí, más bien,
Un detalle.
Cada noche,
Un recuerdo.
El murmullo
De su regreso,
Una vez el trabajo terminado,
Ocho horas de aseo
Y de buenos y leales servicios.
La llave que gira
En la cerradura
Y en mi cabeza
Y que libra por fin
A las cuatro y cuarto
De la mañana
De los monstros
Del antes.

¿Qué voy a hacer
Ahora
Con los monstros del después?
Sin mi madre.

 

Versión original, 2 de octubre de 1998.

Versión blog 1, mayo de 2013.