jueves, 10 de diciembre de 2015

El cuaderno vietnamita.13.


Necesitaba un abrazo entonces me puse el saco de mi mama. Pepitas y mallas de todos los colores. Tejó destejiendo otros sacos. Ella reciclaba lana, yo reciclo textos. Sin cesar, entrelazo el arte y la vida cotidiana, enredo lo público y lo íntimo. Sagradamente.
Sentí sus manos sobre mi cuerpo todo el día. Me acompaño cada hora.
Mi mama me regalo todo cuando no teníamos nada.
Vuelvo al computador para transcribir.
13 de julio. Casa de los Red Dzao. Ta Phin.
Cenamos. Estoy lost in translation. Hablan, hablan, observo el movimiento de las bocas, la seriedad de la cejas. Detallo los bordados de la ropa, los botones se suben y bajan con la respiración, los aretes centellan con la luz, las uñas de los pies se mueven en las sandalias de plástico, mi mente se va volando. No entiendo nada, como cuando era niña y no entendía nada de las conversaciones de los adultos. Entonces persigo las gallinas, regalo follajes a los marranos, encierro una araña en una caja y miro como se las arregla, tomo té afuera y hago señas a los que bajan las cajas del camión.
Por la tarde, en el pueblo, vi una cobija de terciopelo rojo con flores colgada del techo en una tienda. Igual a la cobija de la llave. Me paralicé. Decimotercer día de viaje. Veinte mil kilómetros. Sensación de haber recorrido medio mundo sin saber a dónde iba, en tal solo un instante, sensación de haber encontrado lo que venía buscando. Este gran rectángulo rojo floreado. Regresé al mundo amniótico. Mi piel ya no era una frontera. Yo pertenecía al mundo y el mundo estaba dentro de mí. Decidí sentarme en frente. Tomé fotos de todo lo que el zoom pudo alcanzar. Yo era un intruso en el panorama cotidiano de la gente. Me echaban un ojazo cuando pasaban en moto. Otros - ensimismamientos - ni me veían. Dos abuelas querían que yo le sacara su retrato y como madrinas se inclinaron sobre mi cuna. Una niña me rodeaba, y de círculos en círculos de gata curiosa, se acercó.
Cuarenta y cinco minutos de gracia. Epifanía asiática.
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Los Red Dzao se fueron a dormir apenas los platos fueron retirados. Me siento al borde del camino y lanzo piedritas a lo lejos. Fumo un cigarrillo Tháng Long, un pulmón carbonizado ilustra la cajita.  
Un señor pasa.
-Xin Chào.
-Xin Chào.
Contemplo la luna, la misma para todo el mundo.
 

 
 
 
 
 
 

 





 

 
 
 
 


 

martes, 8 de diciembre de 2015

El cuaderno vietnamita.12.


 
Lunch. 13 de julio. Montañas de Sapa.

Je te tiens, tu me tiens par la barbichette. Le premier qui rira aura une tapette.
La gente me duele. No sé si yo causa tanto dolor a la gente como ellos me causan dolor.

¿Por qué uno tras otro desaparecen sin despedirse como mi hermano desapareció el 20 de diciembre? Acepto que se larguen, acepto su libertad.Pero que avisen.
La desaparición me tuerce el estómago.
Cuando me despertaba por la mañana, abría los ojos y la pregunta emergía de inmediato: ¿Será que hoy mi hermano va a aparecer? Dos meses lo esperé, inventando las hipótesis las más incongruentes. Hasta que encontramos su cadáver. Día de fiesta. ¡Estaba de regreso! Es el día siguiente que asimilé que estábamos reunidos pero no íbamos a estar reunidos.

“La lastima por sí misma y la acusación de los demás son los dos grandes motores de las neurosis “Paul Diel. Boca cerrada entonces. No me quejo, no culpo a nadie. Me sirvo una cuchara de miel y degluto para tragar mi resentimiento.....Ya. Pasó.

Estoy sentada sobre la banquita de la casa de una familia Viet.

La sopa ha llegado. Los tres niños me invaden. Se suben, se bajan, brincan. Parece una nube de saltamontes. Los tres quieren mirar mi escritura, mis dibujitos. Les pego mis stickers Batman sobre los brazos. Se pelean para obtener el más grande, el más bonito, lo pego en la página de mi cuaderno. Asunto cerrado. Es para mí.

El padre construye un nuevo canalón para los cerdos. Me explica cómo funciona y me muestra los trece marranos amontonados y roncando en la cabañita al lado. Converso con Mù de matrimonio. Tiene envidia al mundo moderno, como ella lo llama, porque no puede divorciar, le costaría mucho dinero volverse a casar. Trato de explicarle que el cambio de marido tiene un costo energético alto en mi mundo también.

Cuando me toma una foto, descubro su mano atrofiada. Siempre la esconde debajo de la otra. Me pregunto si es una séquela de los setenta y seis millones de litros del Agente Naranja que fueron vertidos por Estados Unidos sobre las tierras agrarias durante la guerra. Este defoliante y herbicida potente se utilizó para privar a la guerrilla de cubierta donde protegerse e impedir el suministro de alimentos.

In Mute.

Hora de caminar.

 

 

 

 

El cuaderno vietnamita.11.


Breakfast 13 de julio. Sapa Town.

Hoy, le presentamos en exclusividad la pequeña historia de l’arroseur arrosé o de la ladrona robada.
Encontré ayer en el armario del hotel una magnifica chaqueta Nike. A mis medidas. Perfecta contra el tan famoso sereno. Reversible. Gris negra. Negra gris. Me contemplaba en el espejo. Narcisa.
Alisté la ropa para lavar, puse mi nueva prenda en el fondo de la bolsa. Olía a vulpes zerda.
Cuando me entregaron la ropa limpia esta mañana, la chaqueta había desaparecido.
Una sonrisita se desdibujo sobre mi rostro y le hice un guiño de ojo al muchacho: Tesoros mal adquiridos no aprovechan.
En mi caso, ni cinco minutos.
Sin lamentos. No era para mí.
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El café sabe a petróleo. Como todos los días. Hoy, es más difícil tragarlo.
Balanceo de ilusión a desilusión, de sueños a pesadillas, un pastel mil hojas de un espesor inconmensurable. Y sigo repitiendo la misma receta, años tras años, crema, costra, crema, costra, crema, costra.
Una prueba de amor, y revoloteo por los cirrostratos. Un silencio, y me revuelco en el fango.
De repente, entre los videos de gatos y los selfies de las amigas costeñas en playa, la voz del Diablo se eleva. Poderosa, me susurra al oído:

“Por temblor y por amor:
Sagrados estremecimientos de eternidad
Derriben los muros, consuman las fronteras
Y permitan a los que se aman volver a darse cita en el abrazo.”
(suspiro)




 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 





 

 

 

 

 

El cuaderno vietnamita.10.



Sábado 11 de julio. Tavan.
 
Por la noche, en la casa de madera, los insectos giran, locos, alrededor de los neones.
Sobre la cobija de terciopelo rojo con flores, vierto mi neceser y mi cartuchera de las “cosas importantes”.  Aquí en medio de mis implementos de aseo, descubro una llave que no me pertenece. ¿Cuál puerta abre? ¿Es una nueva citación de Lewis Caroll que interfiere en mi relato?  ¿O será la llave mágica de los cuentos que abre la cerradura de la cámara secreta, la que permite abrir el cofre de oro, la que nos ofrece la solución amistosa. El masculino penetra el femenino y el acto sexual lo resuelve todo, refresca los espíritus, pone los contadores en cero, desarma después del conflicto?
Un relámpago y me acuerdo: es la llave de la puerta de mi cuarto en el hotel podrido de cuatro dólares por noche en Hanói.  Al amanecer, salía corriendo y no la entregué. El recepcionista querido no me la pidió, él estaba todo ocupado a despedirse de la mano en el andén mientras me subía detrás de un mototaxi. Bbbrrrrr y me fui a todas, mochila al hombro, colita al viento…
Significa que quiero volver, entonces volveré. Como sea, horas de bus me tocará y centenas de kilómetros, no importa. Se la llevaré.
¿Por qué este lugar fue importante? Porque lo encontré cuando tarde no tenía cama en Hanói, porque es un edificio alto y delgado, así no se paga tantos impuestos, porque debía agacharme para no pegarme la cabeza al techo, porque mi cuerpo se torcía mientras subía por las diminutas escaleras en caracol, porque el recepcionista me prestó su computador, unas horas antes el Diablo había aparecido entre las metáforas del libro, en el bus, y cuando me conecté estaba ahí preguntando por mí. 
-         Viajera, estás en orbitas lejanas. Anoche vi pasar tus ojos por mi ventana.

-         ¡Diablo, me bañe con los búfalos! Y que dulzura la sangre que corría por mis venas. Me gustaría apretar tus manos entre las mías.
 
-         Anhelo.
 
Este hotel era el pórtico que unía los antípodas.
 
Escribo, escribo, pienso, pienso, me siento segura pero ¿ustedes del otro lado del planeta que sienten? ¿Y será que dentro de tres, cuatro días pierdo pie y me hundo en el mar de las incertidumbres otra vez? ¿O será que ya haciendo esa pregunta estoy nadando a la superficie de sus aguas turbias? Tantas interrogaciones por un solo ser. O como cansar un lector con tantos signos de interrogaciones.
De regreso a Bogotá, encontré en mis archivos una pintura que había realizado a los seis años. Un asiático cargando bambús. Fantasías de  los mundos extranjeros ya presentes en una mente inmadura. Detalles que revuelven mis entrañas.
 
-¿Por qué quiere consultar, Señorita?, pregunta inicial habitual.
-No quiero contar más mis historias, Doctor.
 
Y después de pasar diez años acostada sobre el sofá de Lacan, me reconozco tanto en mi síntoma que pongo en escena mis anécdotas para que desfilen como Miss Universo sobre la alfombra roja. Auto ironía.
¿Y sobre qué tema escribes? Me preguntan siempre. Escribo auto ficción. Suena muy egocéntrico, quizás,  pero no puedo escoger mejor guion que la historia de mi vida porque le conozco todos los detalles. Cualquier vida supera la mejor película de Hollywood pero perdería mucho tiempo en investigaciones e entrevistas intentando contar la vida de otra persona. Además nunca alcanzaría a recorrer todos sus rincones como lo puedo hacer con la mía. Así que decidí ilustrar mi propia existencia de hormigua. Punto.
A la frontera con China, me sentía en casa, ningún sentimiento de lejanía. Cuando regresé a Bogotá, sentí el peso de los kilómetros recorridos: je reviens de loin, vuelvo de lejos. Como cuando uno vuelva a la vida. Ni tanto por lo peligroso, sino por la larga trayectoria de vida y el acumulo de experiencias. Me da vértigo.
Acepto los movimientos de balanceo, acepto ganarlo y perderlo todo. Incluso perder el hombre que amé, amo, amaré, incluso perder el lector. Aunque nunca sea mi objetivo. No quiero ser un agente repulsivo para un ser querido ni un poeta hermético para un público.  Pero es más fuerte que yo: mi escritura no es una empresa de seducción sino de sinceridad. Si yo no me estafo a mí mismo, no estafaré a los demás.
 
No acepto sentirme cómoda en una vida estrecha. Prefiero guardar la facilidad para después de la muerte cuando, pulverizada en miles de pedacitos antracitas, volaré por el aire.
 
De párrafos en párrafos, saltando de una idea a otra, sin prestar atención a la lógica, la narración avanza.
Viajes y textos se escriben ellos mismos.