miércoles, 20 de mayo de 2015

Bordados, canutillos y carroñas.


Tengo una cámara empuñada. Camino por un gran basurero que se extiende hasta el horizonte.
Restos. Vasos de yogurt, pañales, hueso de pollo. Camino y filmo. Allí donde pongo los pies.
Miro la línea del cielo. Muy lejos, muy azul. Camino y me hundo un poco. A veces mucho. Hasta la rodilla.
Las basureras se mezclan poco a poco con los cadáveres humanos. Camino sobre cajas torácicas que se aplastan con mi peso. Mis talones patinan sobre cráneos lisos. Yo filmo los detalles. Estoy pasmada. Me doy cuenta de que vago ociosamente en un campo de concentración.
Subo a una pequeña colina. Los cadáveres amontonados forman valles. Llega a la cima y del otro lado, descubro la presencia de dos seres humanos, vivos. Cirujanos que operan sobre una camilla. Me piden que me acerque, me invitan a filmar.
Avanzo, pongo el zoom. Están vestidos de verde con máscaras. Todo es repugnante. Verdaderamente repugnante. Sus batas manchadas de sangre negra. La sabana de papel cubierta de pedacito de hueso. Están aserrando una tibia sanguinolenta. Me explican su labor y con un gesto manual me incitan a mirar de más cerca. Estoy atónita pero hago el trabajo.
Estoy protegida por la cámara. Entre ellos y yo existe un ojo artificial.
Limpian la camilla con el dorso de la manga y me proponen que me acueste.
Sin ningún compromiso, solo para ver, para entender mejor.
No me puedo negar. Es incómodo. Hay que ejecutarse. Digo un poco que no.
No, no gracias, en otro momento, tal vez.
Me acuestan y me quitan la cámara. El peligro se me aparece por primera vez. Estoy extendida y ellos quieren hacer experimentos con mi cuerpo. Que juguemos al doctor. Uno saca un serrucho. El otro viola a una chica en la colina del lado. Miro la chica, yo quisiera gritar.
La chica voltea la cabeza hacia atrás y me mira. Soy yo.

Me desvanezco, de repente, de una. Mi conciencia escapa. Retomo mi cuerpo. En un inmenso vestido de novia.
Todo en blanco, avanzo y crezco, crezco, crezco. Las perlas centellean. El encaje y el satín se deslizan entre los dedos y producen un pequeño susurro de alas de gorrión.
Me presento ante el portal de la iglesia. Mi cabeza se encuentra en lo más alto y el vestido colma todo el marco. Mi cabeza parece muy pequeña. Allá arriba, allá arriba.
Y pienso: ¡necesitaré una escalera para bajarme de este vestido!
Entro a la iglesia. Camino bajo la bóveda. La cabeza cerca de las crucerías de ojivas. El novio me espera muy pequeño al lado del altar.  Al final de la nave. Me besa. ¿Cómo lo hace?Si me encuentro muy arriba colgada por encima de un vestido de novia. Con mi cabeza toda pequeña.
En el momento del beso, me encojo y el vestido también. El aire se escapa de debajo de las enaguas. Como un soufflé que se pincha. Pffffffff.
Y aterrizo como una pluma sobre el reclinatorio. Sentada y toda asombrada.

Son las 5.45 de la mañana. Hay que abrir los parpados. Llenos de huesos y encajes.

Traducción Luz María García.