martes, 19 de abril de 2016

Sala de espera. 4.


 

Ella agoniza, agoniza, agoniza. Ella tiembla, tiembla, tiembla, tiembla. Ella sufre, sufre, sufre.

Uno más que se fue esta mañana después de haber tragado su desayuno. Salchicha con huevos.*
Refrán que él le susurraba al oído, ayer por la noche, mientras bailaban sobre una salsa. Imágenes subliminales de Latin Lover que dan náusea.


Después del baile nos fuimos a casa
Y esto fue lo que ella me pidió

Salchicha con huevos
Me pidió al amanecer*

 
Torso desnudo, en la mesa, terminó su plato. Gracias.* 
Limpió su plato y únicamente su plato.

No limpió sus cubiertos.
Dejó su toalla mojada en la cama cuando salió de la ducha.
Una vez vestido, salió.

La escena se repite, se repite, se repite con algunas variaciones.

A veces, frente al ascensor, le dan un beso amigo-amiga en la mejilla.
A veces, frente al ascensor, le dan un verdadero beso mentiroso de amante loco.
A veces, apuntan su teléfono. A veces no.
Las puertas del ascensor se chocan.
El recuerdo de un rostro aplasta el recuerdo de otro rostro.
La maquinaria se engrana. Silbido del alejamiento y de los cables que se deslizan sobre las poleas.

Unas horas.
El día atraviesa la neblina del guayabo.*
Ventana. La ciudad está oscura, muy oscura.
Ella hace caer la persiana de un golpe seco. Ritual del crepúsculo, desespero. Le desgarran el corazón. ¿Quién es este "ellos"?

Horas y horas viviendo con uno mismo, encerrada en la caja. Y siempre, sobre la mesa, estas dos putas velas como única compañía.

Mientras lava la loza, alinea las palabras delante de sus pupilas y las guarda en su oído por orden alfabético. Las sílabas dan ritmo a la esponja que gira en el fondo de los platos, las vocales marcan la cadencia del paso de los cuchillos-tenedores bajo el agua del grifo: abandono, abismo, aislamiento, ausencia, cicatriz, laguna, maelstrom, nada, precipicio, ruptura, separación, vacío.

Dejar pasar, dejar orinar, dejar que te hieran. Ella tiene plomo en el ala, en el estómago, en el cráneo. Ella se lamenta como una margarita deshojada. Su corazón amarillo desnudo se inclina y el polen cae a sus pies.
Esperar, esperar al bello y tierno.
Puta mierda. Sala de espera de mierda.

Las individualidades se encuentran y encajan bien como las piezas de un rompecabezas. A primera vista. Cuando las miramos de más cerca, notamos que no se ajustan perfectamente. Entonces, hay que serrar, limar, lijar para que se incrusten. Una vez recortadas por todos lados, preferimos separarnos.

Puta mierda. Sala de espera de mierda.
Las revistas femeninas, ofrecidas en el aeropuerto, están dispersas sobre la alfombra. Ella las pisotea. Nunca aceptará su oferta de suscripción. En la portada cada año, desde hace veinte años, Carole Bouquet sonríe respetando la distancia, con su blusa de burguesa bien planchada, labios pintados de rojo carmín, perlas alrededor del cuello y patas de gallo en la esquina de los ojos. Eterno ícono helado. Espléndida. Inalcanzable.

Entre más la imagen fría y hermosa le sonríe, más se siente un monstruo, una sombra, una recortadura de algo, un pequeño cosito en un pequeño rincón, un trapero en el fondo de un balde, un vómito de rata, una vaina fisurada que aún busca controlar la caída y el estruendo.

Ella camina a grandes pasos en su minúsculo salón.
Puta mierda. Sala de espera de mierda.

Escandalosa, ella está falsamente orgullosa de haber integrado el gran clan de las mujeres que sufren, las víctimas histéricas, las traumatizadas impotentes, las sabias locas.
Ella sube enseguida sobre el brazo del sofá y, de una sola risa,  blande en alto su puño-bandera, gritando.
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHH
Afilada por su grito de batalla, toda la horda de brujas amazonas empieza a vociferar, después de ella. Ella inventa.
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHH
Domingo por la noche. Mujer con fuerzas telúricas.

 


*en español en el texto francés.

 

Versión original, 15 de septiembre de2005.
Versión blog 1, 26 de septiembre de 2012.
Versión blog 2, 26 de marzo de 2016.

Corrección de estilo: Sebastián Gómez Robles.

 

 

Salle d’attente. 4. v2.


 

Elle crève, crève, crève. Elle tremble, tremble, tremble. Elle a mal, mal, mal.

Encore un qui est parti ce matin après avoir avalé son petit déjeuner. Salchicha con huevos.*

Refrain qu’il lui susurrait dans le creux de l’oreille, hier soir, en dansant sur un air de salsa. Images subliminales de Latin Lover qui donnent la nausée.

 

Después del baile nos fuimos a casa
Y esto fue lo que ella me pidió

Salchicha con huevos
Me pidió al amanecer*

 

Torse nu, à table, il a terminé son assiette. Gracias.* 
Il a lavé son assiette et uniquement la sienne.
Il n’a pas lavé ses couverts.
Il a laissé sa serviette éponge mouillée dans le lit en sortant de la douche.
Une fois habillé, il est sorti.

La scène se répète, se répète, se répète avec quelques variations.

Parfois, devant l’ascenseur, ils lui donnent un baiser copain-copine sur la joue.
Parfois, devant l’ascenseur, ils lui donnent un vrai baiser mensonger d’amant éperdu.
Parfois, ils notent son téléphone. Parfois, non.
Les portes de l’ascenseur claquent.
Le souvenir d’un visage écrase le souvenir d’un autre visage.
La machinerie s’enclenche. Chuchotis de l’éloignement et des câbles qui glissent sur les poulies.

Des heures.
La journée traverse la brume du guayabo.*
Fenêtre. La ville est sombre, bien sombre.
Elle fait tomber le store d’un coup sec. Rituel du soir, désespoir. On lui arrache le cœur. Qui est ce « on » ?

Des heures et des heures à vivre avec soi-même, enfermé dans la boîte. Et toujours, sur la table, ces deux putains de bougies pour unique compagnie.

Pendant qu’elle fait la vaisselle, elle aligne les mots devant ses pupilles et les range dans son oreille par ordre alphabétique. Les syllabes donnent du rythme à l’éponge qui tourne au creux des assiettes, les voyelles cadencent le passage des couteaux-fourchettes sous l’eau du robinet: absence, abandon, balafre, gouffre, isolement, lacune, maelström, néant, précipice, rupture, séparation, vide.

Laisser passer, laisser pisser, laisser se faire blesser. Elle a du plomb dans l’aile, dans l’estomac, dans le crâne. Elle se lamente comme une marguerite effeuillée. Son cœur jaune dénudé s’incline et le pollen tombe à ses pieds.
Attendre, attendre le bel et tendre.
Putain de merde. Salle d’attente de merde.

Les individualités se rencontrent, s’emboîtent bien comme les pièces d’un puzzle. À première vue. Quand on les regarde de plus près, on remarque qu’elles ne s’ajustent pas parfaitement. Il faut alors scier, limer, poncer pour qu’elles s’encastrent. Une fois rabotées de toutes parts, on préfère se séparer.

Putain de merde. Salle d’attente de merde.

Les revues féminines, offertes à l’aéroport, sont éparpillées sur la moquette. Elle les piétine. Elle n’acceptera jamais leur offre d’abonnement. En couverture chaque année, depuis vingt ans, Carole Bouquet sourit en respectant la distance, dans son chemisier de bourgeoise bien repassée, lèvres peintes rouge carmin, perles autour du cou, pattes d’oie au coin des yeux. Eternelle icône glacée. Splendide. Inatteignable.

Plus l’image froide et belle du magazine lui sourit, plus elle se sent un monstre, une ombre, une rognure de quelque chose, un petit truc dans un petit recoin, une serpillière au fond d’un seau, un vomi de rat, un machin fissuré qui cherche encore à contrôler la chute et le fracas.

Elle marche à grandes enjambées dans son minuscule salon.

Putain de merde. Salle d’attente de merde.

Scandaleuse, elle est faussement fière d’avoir intégré le très grand clan des femmes qui souffrent, les victimes hystériques, les traumatisées impuissantes, les sages folles.
Elle grimpe aussitôt sur l’accoudoir du canapé et, d’un seul rire, elle brandit très haut son poing-bannière en hurlant.
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHH
Aiguisée par son cri de ralliement, toute la horde des sorcières amazones se met à vociférer, à la suite. Elle invente.
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHH
Dimanche soir. Femme aux forces telluriques.

 

* elle m’a demandé une saucisse et des œufs au petit matin, refrain célèbre d’une salsa.

* merci.

* gueule de bois.

 

 
Version originale, 15 septembre 2005.
Version blog 1, 26 septembre 2012.
Version blog 2, 26 mars 2016.

 

jueves, 7 de abril de 2016

MMXVI. Bajo el signo del Sol.



De mañana, mientras que Cenizo aún dormía, Flama recogía con un frasco y un embudo los jugos, savias y leches eyaculados por su propio cuerpo. Luego vertía estos extractos blanquecinos en un cuenco grande y por un giro de espíritu, cuyo secreto solo ella poseía, les hacía coagular y tomar la forma de un pequeño cerebelo.
En su jardín ella cultivaba una leguminosa particularmente virtuosa a la intención de su tierno compañero. Y en la víspera, dejaba en remojo dos o tres puñados de semillas para que fueran más digeribles. Así que, a la hora de comer, perfumado, peinado, la barba recortada, Cenizo siempre encontraba en la mesa un plato de habas doradas y una gran copa llena de agua cristalina de manantial en la que flotaba un cuajo de crema .
Cada sorbo, cada bocado, semana tras semana  refinaba aún más su transformación. Un Rey iba a ver la luz.


Antaño, Flama y Cenizo habían combatido, cada uno por su lado y en dos continentes diferentes, a un enemigo común, el Traidorlobo, él que se come a los niños, una vez por arriba y otra vez por abajo. Bajo las uñas y en los pétalos de sus iris, ellos todavía conservaban las huellas de las luchas pasadas, la sangre seca de los monstruos, por supuesto, pero también la inminencia del peligro, la seriedad del compromiso, el silencio antes de la toma de riesgos.
En aquellos tiempos no se conocían y no había ninguna certeza de que el encuentro tuviera lugar en esta vida. De hecho, se les creía muertos y ellos mismos se habían dado por perdidos. Pero sus sentidos afilados y siempre en alerta percibían la existencia de su gemelo, más allá de los bosques, más allá de las cadenas montañosas, más allá de los océanos.

Algunos podrían pensar que se trata de la leyenda de las dos mitades de la manzana aisladas que soñaban pegarse. Es una idea que habría hecho escalofriar de pavor a nuestros dos personajes. Unirse para pudrirse juntos y finalmente concluir que dos medios equivalen a uno. ¡Jamás!

Flama era Una, Cenizo era Uno. Piezas únicas, eran los arcos ojivales de una catedral en construcción. Si se fueran a cruzar, sus centros formarían la clave de bóveda del edificio carnal y esta rosa-cruz soportaría todo el peso de las piedras.

En fin, en el laberinto de los poemas y de las coincidencias, estos seres andróginos se habían encontrado una tarde de junio. Ellos se reconocieron de inmediato debido a que cada uno llevaba el sello de su Señor y Maestro: el gran Astro los irradiaba. Los días de Gran Día, caminaban muy derecho, con la cabeza envuelta de colores iridiscentes. Todos se acercaban y querían recibir un poco de esa energía que emanaba de sus cuerpos. Ellos iluminaban a los alrededores.

Ella, para servirle humildemente un tesoro inagotable de dulzura, de lucidez y de coraje, le dice solo la verdad dictada instintivamente por su corazón.
Él, para darle las gracias, hacía estallar el candado de la condena que a veces ponía sobre la puerta de las posibilidades y, muy galantemente, la invitaba a pasar de primero.

Todo parecía funcionar de maravilla. Los enlaces eran indestructibles, los sentimientos infalibles, la protección máxima.
¿Será que estos dos mortales habían logrado la apoteosis de esta conquista del éter?
Para ganar su título, la perfección debía ser cuestionada. Del mismo modo, el equilibrio debía ser precario.

Cenizo, más joven, más frágil, se hundía a intervalos regulares en la melancolía patética. Refluía, como en una alcantarilla después de una tormenta de verano, demasiado esperada pero demasiado violenta, las aguas salobres de lasitud de vivir. Ellas cargaban en su superficie las inmundicias recuperadas, aquí y allá, a lo largo de experiencias en las que él se había extraviado.

Esta unión caminaba a ciegas en territorios desconocidos y aún no había trayectoria definida. Flama se resignaba, silenciaba sus extravagancias sensuales y permanecía como mármol. El aceptar su propia insatisfacción le terminaba pidiendo un esfuerzo infinito y la volvía ciega y sorda al mundo que la rodeaba.

Así que el cielo de ellos trocaba, a veces bruscamente, su maquillaje azul celeste por el carbón negro y empezaba a girar ojos gordos siniestros.

Una mañana mordaz de septiembre, Cenizo lanzó: “Tú no me necesitas, yo no te necesito.”*

Para Flama, era una evidencia.
Sus respectivos años de soledad les habían enseñado a esgrimir la espada, a conducir la cuadriga, a desafiar la boca del león, a romper las cadenas. En resumen, sabían caminar solos y, hatillo al hombro, su valentía era el único bien que llevaban con ellos en los caminos polvorientos.

Entonces, ¿por qué Cenizo necesitaba recordarla? Porque en la noche la duda lo derribaba. Solo había conocido las cuevas oscuras y pérfidas, los brazos que estrangulan y las declaraciones engañosas. Así que, como se hace salir una comadreja de su madriguera, él intentaba desenmascarar el vicio oculto, la farsa, la perversión. En vano. Ella no comerciaba su amor. Ni terror ni recompensas. Ella amaba sin chantaje. Cuando, por fin, reconocía su honestidad, comenzaba a temblar ante la idea de perderla. El refugio que le ofrecía era tan brutalmente cómodo que temía ser incapaz de prescindir de ella.

¿Irse o quedarse? Sólo él hesitaba y se desmoronaba. Ella lo dejaba ir y venir a su antojo para que él mismo juzgara si tenía la capacidad de vivir sin ella. Se alejaba de ella, se acercaba, medía y calculaba la relación entre distancia e intensidad de sentimientos. Trazaba curvas y gráficos. Papel milimetrado en mano y lápiz detrás de la oreja, se mareaba de cifras. Se golpeaba contra las paredes de sus razonamientos sin fin. A fuerza de buscar tres pies al gato, se le olvidaba su pregunta y se devolvía. Luego, frente a sus contradicciones, se detenía de golpe. Tomaba consciencia de su indecisión y apenas dos días después daba signos de debilitamiento. Era necesario recurrir a un alimento más sustancial.

Flama preparaba una nueva mezcla. Masticaba durante largos minutos los trozos de carne de un cadáver cubierto de larvas y moscas. Luego, regurgitaba en largos chorros una saliva espesa en la boca abierta de su bienamado. El pequeño carroñero deglutía con avidez. Cada vez que ella renovaba la operación, se enderezaba más, echaba los hombros hacia atrás, sacaba el pecho. Su párpado lavaba un ojo que brillaba de nuevo. Sus pómulos pasaban de amarillo cirrosis a rosado muñeco. En su piel, el sudor vinagre se resorbía.

Ella se enorgullecía de hacerle tanto bien.
Los días transcurrían.



Nota: Mis manos abrieron al azar la novela de Michel Tournier, Viernes o los limbos del Pacífico. Mis ojos se posaron en una línea y luego otra. Anoté los fragmentos de oraciones sucesivamente en un cuaderno. Me sirvieron de oráculo y de punto de partida para la redacción de este nuevo texto el 10 de enero de 2016. Aparecen en itálica.

Me enteré de la muerte de Michel Tournier el 18 de enero 2016 por la radio.


*En español en el texto francés.


Corrección de estilo: Sebastián Gómez Robles.

Versión original, 10 de enero de 2016.
Versión blog 1, 21 de enero de 2016.

miércoles, 6 de abril de 2016

Modificaciones corporales.

Video en YouTube: https://youtu.be/AOwd_ga0l-8





Modificaciones  corporales

 


Libertad
El cuerpo es un contenedor inestable. Se modifica con el tiempo, con los accidentes, con las enfermedades. Se nos escapa sin cesar. Para apropiárselo, controlarlo, tenemos a veces la necesidad de modificarlo para volverse creador de esta figura que nos impusieron desde el nacimiento. Somos prisioneros de este empaque y actuamos sobre él para liberarnos.

Existencia

El cuerpo se vuelve materia de creación y las modificaciones a él infligidas están cargadas de significación. El dolor hace parte del proceso. Nos permite tomar conciencia de nuestra propia existencia. Durante el acto, llega la sensación brutal de estar presente, aquí y ahora.

Espacio, tiempo

  
 
La modificación trae una nueva identidad, define nuevamente el ser. El exterior modifica el interior. Las fronteras adentro- afuera cambian, el antes-después se reafirma. Nunca el cuerpo será el mismo. Se parece a la perdida de la virginidad.Es un rito de pasaje, una nueva construcción del yo.

Vegetal, animal, humano

 
El cuerpo es nuestra parte animal, el enlace con la naturaleza. Cuando lo modificamos, tiende a ser más humano, se vuelve cultura. Decidí intervenir frutas y verduras para darles un estatus humano bajo la acción del bisturí. Cuando eran vegetales, alimentos, no les prestaba atención, las cortaba en arandelas para echarlas en la olla. Era una modificación corporal pero sin significación, sin más consciencia. Cuando tatúo una mazorca, lo vegetal desaparece poco a poco y el acto le confiere humanidad. Cuando mi mano no es segura, me duele por ella.

Transgredí las normas y crucé la fronteras: cuando la empleada descubrió las verduras escarificadas en la nevera se llevó un gran susto “¡Debe ser obra del demonio, me niego a cocinarlas!”
 





Texto: Junio de 2012.

Modifications corporelles.

Vidéo sur YouTube:   https://youtu.be/AOwd_ga0l-8





Modifications corporelles


Liberté
Le corps est un contenant instable. Il est modifié par le temps, les accidents, les maladies. Il nous échappe sans cesse. Pour se l’approprier, le contrôler, nous avons besoin parfois de le modifier et ainsi, devenir le créateur de cette figure qui nous fut imposé dès la naissance. Nous sommes prisonniers de cet emballage et nous agissons sur lui pour nous libérer.

Existence
Le corps devient matériau de création et les modifications que nous lui infligeons se chargent de signification. La douleur fait partie du processus. Il nous permet de prendre conscience de notre propre existence. Pendant cet acte, nous avons la sensation brutale d’être présent ici et maintenant.

Espace, temps
La modification apporte une nouvelle identité, redéfinit l’être. L’extérieur modifie l’intérieur. Les frontières dedans – dehors changent, l’avant – après se réaffirme. Le corps ne sera plus jamais le même. On peut le rapprocher de la perte de la virginité. C’est un rite de passage, une nouvelle construction du moi.

 
Végétal, animal, humain
Le corps est notre partie animale, le lien avec la nature. Quand on le modifie, il devient plus humain. Il s’acculture. J’ai décidé d’intervenir des fruits et des légumes afin qu’ils obtiennent ce statut d’humain sous l’action du bistouri. Lorsqu’ils n’étaient que végétaux, je ne leur prêtais pas attention. Je les coupais en rondelles et les jetais dans la casserole. C’était également une modification corporelle mais sans signification, sans conscience. Quand je tatoue un maïs, le végétal disparait peu à peu et l’acte lui confère une humanité. Quand ma main n’est pas sure, je crains de faire souffrir le légume.

J’ai transgressé les normes et j’ai traversé une frontière : lorsque l’employé de maison a découvert les légumes dans le réfrigérateur, elle a pris peur : «  Ce doit être l’œuvre d’un démon, je ne les cuisinerai pas ! »

 




Texte: Juin 2012.