viernes, 14 de marzo de 2014

Dos mundos.

Este texto es un “cadáver exquisito”. Es un vaivén entre Lupita Eveno y Fabienne Le Blevec. Una empezó con cinco líneas, la otra siguió con cinco líneas más etc…Caminaron sin saber a dónde iban a llegar.
 
 
 


 

Acabo de apagar mi cigarrillo. Me levanto para mirar por la ventana. Nada se mueve. Tengo vista hacia la montaña. Y la montaña no se mueve. Si me fijo bien, sí, puedo percibir un ligero temblor en las hojas de los árboles.

Se escucha desde muy lejos, el ruido de la ciudad y el “tiuut” agudo de la tórtola que me pone los nervios de punta.

¿Qué hacer? ¿Prender otro cigarrillo?

Me recuesto en el piso frío de mi cuarto. Cierro los ojos. Y trato de no pensar. Me tomo un trago de ron, prendo otro cigarrillo, me siento y espero. Espero a que el tiempo pase, a que caiga la noche, a que pase algo, que me aleje de tu cuerpo y se lleve tus recuerdos.

Pero no pasa nada en la casa de una familia que cuenta con un solo miembro.

Así que, no sé lo que prefiero: las horas blancas del día que me dan escalofríos o las horas viscosas de la noche que me hacen sudar.

No sé dónde estás respirando en este momento.

No sé en qué lugar estás andando.

No sé quién te acompaña.

El “no sé” se adhiere a mi boca, como tus labios salados.

Atormentada salgo en busca de la calle.

Todas las casas son iguales. Grises, rectangulares y de dos pisos.
Miro hacia arriba, se hacen pequeñas frente a mí y puedo ver el humo blanco que sale sobre una de cada cinco. Vuelven a su mismo tamaño.

Y caigo en cuenta que vivo dentro de una de ellas.
Todo es uniformizado. Soy una hormiga dentro de un hormiguero. Insignificante.

Los andenes tienen una trayectoria rectilínea. Los postes se paran como soldados. Las ventanas  se dibujan con escuadra. Hasta las flores se ven niveladas.

Miro a mi alrededor y busco en vano una señal de rebeldía.

Caminaré  creando mi propio camino.

Pateando la basura que se atreviese en él. 

Destruir, desordenar, ensuciar, vomitar, cagar, descargar.

Y en algún momento encontraré la paz. Lejos de aquí. Entre las piernas de la montaña recostada frente a mí. 
Mientras tanto, deambulo sin rumbo por las calles.

Volteo en la esquina y me topo con un indigente. Nos abrazamos fuerte para no caer. La mezcla de olores es espeluznante. El Chanel N°5 encuentra la inmundicia. Nos miramos a los ojos un instante, estupefactos. Dos humanos se enlazan.

Es el gran choque de dos mundos. Mundos habitualmente paralelos.

 

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