lunes, 16 de febrero de 2015

Faz a Faz.




Una circunstancia: un bus para tomar.


Yo estaba corriendo sobre el asfalto en dirección de la estación de autobuses. Me tragaba los andenes y volteaba en seco en ángulo recto. Las casas corrían en sentido inverso a la derecha y a la izquierda.

El cielo azul cobalto y el sol ardiente devastaban la ciudad con una luz que yo no podía describir. No me era familiar. No pertenecía a ninguna época del año conocida.
Paraba de repente mi carrera. Sacaba mi mini cámara. Una vez más, la necesidad furiosa de capturar una imagen, una idea, una palabra superaba el resto... superaba el imperativo de un horario de bus.


Corría cincuenta metros, fotografiaba una casa, corría otros cincuenta metros, frenaba bruscamente,  apuntaba el aparato y así sucesivamente. Me parecía sacar el retrato de personas encontradas en mi camino.

A causa de la excesiva luminosidad, la pantalla quedaba negra, enfocaba a ciegas. Más tarde, en el autobús, decepción. El resultado era mediocre. Borrosas o mal centradas, me tocaba borrar los dos tercios.

No importa, regresaré solamente para fotografiar esas casas. Siempre se puede volver. El final del viaje no es un duelo, es un nacimiento.

Guardo un gran afecto por esas nueve fotos rescatadas.

Un material: el cartón.

 

Las casas de esa ciudad están construidas en cartón comprimido.

Tiemblan cuando uno da un portazo,  cuando uno sube por las escaleras.

Me hicieron pensar a las casas que yo fabricaba con cajas de zapatos y cinta para acostar mis muñecas y mis ositos de peluche.

En la cocina, un gran fogón ronca como un dragón dormido, enrollado sobre sí mismo. Uno se imagina sus paredes quemándose de golpe si sólo una chispa saliera de su nariz.

Me quedé perpleja ante la fragilidad de esta casa de los tres cerditos. En una región de clima tan áspero, el lobo feroz podría perfectamente soplarla como una vela.


¿Por qué no eligieron un material más sólido, un mejor aislante?  Pregunté a los habitantes.

Respuesta: siempre lo hemos hecho así.
La tradición prevalece sobre la razón.

Me voy tranquila: un toque de locura gobierna todavía este mundo.

La parte de un conjunto: una fachada.

 

Una casa, un hospedaje, un hogar, un nido, un refugio, una madriguera, un vientre, en el que nos adentramos, cuando tenemos frío, cuando estamos cansados, cuando tenemos miedo, para proteger nuestros amores, para ocultar nuestras rabias, un dominio para poner en seguridad nuestra intimidad, una concha para abrigar nuestro cuerpo vulnerable.

Ese día, por la calle,  era sobre mi espalda que cargaba mi coraza - una mochila grande - como un caracol, me encanta esta anatomía que me confiere el viaje.

La casa alberga nuestra interioridad y ésta atraviesa las paredes y se manifiesta exteriormente: la elección de la pintura, de las molduras, de las decoraciones, de las cortinas, de las rejas, de las macetas.


Hay una circulación fluida entre el adentro y el afuera.

La casa se da a la lectura de los transeúntes e informa acerca de sus huéspedes.
El interior se destiñe sobre el exterior, el espacio íntimo sobre el espacio público.


Fotografié una casa pero era como fotografiar el rostro de una persona.

Y también, existe la analogía: los ojos, la nariz, la boca, las ventanas, una puerta, un umbral.

Como en los dibujos de los niños, las casas sonríen con una gran boca llena de dientes y una mirada de soslayo.


Entonces, estábamos faz a faz, los ojos en los ojos.


En ese momento. Sobre ese punto del planeta.

CLIC. Nos reconocimos.


Instante T:

4 de enero de 2015, 11:52 am.

Coordenadas geográficas:

Puerto Natales (Chile) latitud -51° 43’ 25 S, longitud -72° 29’ 14 O.


Las fotografías están expuestas en este momento en el espacio cultural A6Manos, Calle 22#8-60, Bogotá.

Muchas gracias a Luz María García Urrego por las correcciones.

 

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