martes, 8 de diciembre de 2015

El cuaderno vietnamita.10.



Sábado 11 de julio. Tavan.
 
Por la noche, en la casa de madera, los insectos giran, locos, alrededor de los neones.
Sobre la cobija de terciopelo rojo con flores, vierto mi neceser y mi cartuchera de las “cosas importantes”.  Aquí en medio de mis implementos de aseo, descubro una llave que no me pertenece. ¿Cuál puerta abre? ¿Es una nueva citación de Lewis Caroll que interfiere en mi relato?  ¿O será la llave mágica de los cuentos que abre la cerradura de la cámara secreta, la que permite abrir el cofre de oro, la que nos ofrece la solución amistosa. El masculino penetra el femenino y el acto sexual lo resuelve todo, refresca los espíritus, pone los contadores en cero, desarma después del conflicto?
Un relámpago y me acuerdo: es la llave de la puerta de mi cuarto en el hotel podrido de cuatro dólares por noche en Hanói.  Al amanecer, salía corriendo y no la entregué. El recepcionista querido no me la pidió, él estaba todo ocupado a despedirse de la mano en el andén mientras me subía detrás de un mototaxi. Bbbrrrrr y me fui a todas, mochila al hombro, colita al viento…
Significa que quiero volver, entonces volveré. Como sea, horas de bus me tocará y centenas de kilómetros, no importa. Se la llevaré.
¿Por qué este lugar fue importante? Porque lo encontré cuando tarde no tenía cama en Hanói, porque es un edificio alto y delgado, así no se paga tantos impuestos, porque debía agacharme para no pegarme la cabeza al techo, porque mi cuerpo se torcía mientras subía por las diminutas escaleras en caracol, porque el recepcionista me prestó su computador, unas horas antes el Diablo había aparecido entre las metáforas del libro, en el bus, y cuando me conecté estaba ahí preguntando por mí. 
-         Viajera, estás en orbitas lejanas. Anoche vi pasar tus ojos por mi ventana.

-         ¡Diablo, me bañe con los búfalos! Y que dulzura la sangre que corría por mis venas. Me gustaría apretar tus manos entre las mías.
 
-         Anhelo.
 
Este hotel era el pórtico que unía los antípodas.
 
Escribo, escribo, pienso, pienso, me siento segura pero ¿ustedes del otro lado del planeta que sienten? ¿Y será que dentro de tres, cuatro días pierdo pie y me hundo en el mar de las incertidumbres otra vez? ¿O será que ya haciendo esa pregunta estoy nadando a la superficie de sus aguas turbias? Tantas interrogaciones por un solo ser. O como cansar un lector con tantos signos de interrogaciones.
De regreso a Bogotá, encontré en mis archivos una pintura que había realizado a los seis años. Un asiático cargando bambús. Fantasías de  los mundos extranjeros ya presentes en una mente inmadura. Detalles que revuelven mis entrañas.
 
-¿Por qué quiere consultar, Señorita?, pregunta inicial habitual.
-No quiero contar más mis historias, Doctor.
 
Y después de pasar diez años acostada sobre el sofá de Lacan, me reconozco tanto en mi síntoma que pongo en escena mis anécdotas para que desfilen como Miss Universo sobre la alfombra roja. Auto ironía.
¿Y sobre qué tema escribes? Me preguntan siempre. Escribo auto ficción. Suena muy egocéntrico, quizás,  pero no puedo escoger mejor guion que la historia de mi vida porque le conozco todos los detalles. Cualquier vida supera la mejor película de Hollywood pero perdería mucho tiempo en investigaciones e entrevistas intentando contar la vida de otra persona. Además nunca alcanzaría a recorrer todos sus rincones como lo puedo hacer con la mía. Así que decidí ilustrar mi propia existencia de hormigua. Punto.
A la frontera con China, me sentía en casa, ningún sentimiento de lejanía. Cuando regresé a Bogotá, sentí el peso de los kilómetros recorridos: je reviens de loin, vuelvo de lejos. Como cuando uno vuelva a la vida. Ni tanto por lo peligroso, sino por la larga trayectoria de vida y el acumulo de experiencias. Me da vértigo.
Acepto los movimientos de balanceo, acepto ganarlo y perderlo todo. Incluso perder el hombre que amé, amo, amaré, incluso perder el lector. Aunque nunca sea mi objetivo. No quiero ser un agente repulsivo para un ser querido ni un poeta hermético para un público.  Pero es más fuerte que yo: mi escritura no es una empresa de seducción sino de sinceridad. Si yo no me estafo a mí mismo, no estafaré a los demás.
 
No acepto sentirme cómoda en una vida estrecha. Prefiero guardar la facilidad para después de la muerte cuando, pulverizada en miles de pedacitos antracitas, volaré por el aire.
 
De párrafos en párrafos, saltando de una idea a otra, sin prestar atención a la lógica, la narración avanza.
Viajes y textos se escriben ellos mismos.
 



 



 
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario