Por la noche, en la casa de madera, los insectos giran,
locos, alrededor de los neones.
Sobre la cobija de terciopelo rojo con flores, vierto
mi neceser y mi cartuchera de las “cosas importantes”. Aquí en medio de mis implementos de aseo, descubro
una llave que no me pertenece. ¿Cuál puerta abre? ¿Es una nueva citación de
Lewis Caroll que interfiere en mi relato?
¿O será la llave mágica de los cuentos que abre la cerradura de la
cámara secreta, la que permite abrir el cofre de oro, la que nos ofrece la
solución amistosa. El masculino penetra el femenino y el acto sexual lo
resuelve todo, refresca los espíritus, pone los contadores en cero, desarma después
del conflicto?
Un relámpago y me acuerdo: es la llave de la puerta de
mi cuarto en el hotel podrido de cuatro dólares por noche en Hanói. Al amanecer, salía corriendo y no la entregué.
El recepcionista querido no me la pidió, él estaba todo ocupado a despedirse de
la mano en el andén mientras me subía detrás de un mototaxi. Bbbrrrrr y me fui
a todas, mochila al hombro, colita al viento…
Significa que quiero volver, entonces volveré. Como
sea, horas de bus me tocará y centenas de kilómetros, no importa. Se la
llevaré.
¿Por qué este lugar fue importante? Porque lo encontré
cuando tarde no tenía cama en Hanói, porque es un edificio alto y delgado, así
no se paga tantos impuestos, porque debía agacharme para no pegarme la cabeza
al techo, porque mi cuerpo se torcía mientras subía por las diminutas escaleras
en caracol, porque el recepcionista me prestó su computador, unas horas antes
el Diablo había aparecido entre las metáforas del libro, en el bus, y cuando me
conecté estaba ahí preguntando por mí.
-
Viajera, estás en orbitas lejanas. Anoche
vi pasar tus ojos por mi ventana.
-
¡Diablo, me bañe con los búfalos! Y que
dulzura la sangre que corría por mis venas. Me gustaría apretar tus manos entre
las mías.
-
Anhelo.
Este hotel era el pórtico que unía los antípodas.
Escribo, escribo, pienso, pienso, me siento segura
pero ¿ustedes del otro lado del planeta que sienten? ¿Y será que dentro de
tres, cuatro días pierdo pie y me hundo en el mar de las incertidumbres otra
vez? ¿O será que ya haciendo esa pregunta estoy nadando a la superficie de sus
aguas turbias? Tantas interrogaciones por un solo ser. O como cansar un lector
con tantos signos de interrogaciones.
De regreso a Bogotá, encontré en mis archivos una pintura
que había realizado a los seis años. Un asiático cargando bambús. Fantasías de los mundos extranjeros ya presentes en una
mente inmadura. Detalles que revuelven mis entrañas.
-¿Por qué quiere consultar, Señorita?, pregunta inicial
habitual.
-No quiero contar más mis historias, Doctor.
Y después de pasar diez años acostada sobre el sofá de
Lacan, me reconozco tanto en mi síntoma que pongo en escena mis anécdotas para
que desfilen como Miss Universo sobre la alfombra roja. Auto ironía.
¿Y sobre qué tema escribes? Me preguntan siempre.
Escribo auto ficción. Suena muy egocéntrico, quizás, pero no puedo escoger mejor guion que la
historia de mi vida porque le conozco todos los detalles. Cualquier vida supera
la mejor película de Hollywood pero perdería mucho tiempo en investigaciones e
entrevistas intentando contar la vida de otra persona. Además nunca alcanzaría
a recorrer todos sus rincones como lo puedo hacer con la mía. Así que decidí ilustrar
mi propia existencia de hormigua. Punto.
A la frontera con China, me sentía en casa, ningún
sentimiento de lejanía. Cuando regresé a Bogotá, sentí el peso de los
kilómetros recorridos: je reviens de loin,
vuelvo de lejos. Como cuando uno vuelva a la vida. Ni tanto por lo peligroso,
sino por la larga trayectoria de vida y el acumulo de experiencias. Me da
vértigo.
Acepto los movimientos de balanceo, acepto ganarlo y
perderlo todo. Incluso perder el hombre que amé, amo, amaré, incluso perder el
lector. Aunque nunca sea mi objetivo. No quiero ser un agente repulsivo para un
ser querido ni un poeta hermético para un público. Pero es más fuerte que yo: mi escritura no es
una empresa de seducción sino de sinceridad. Si yo no me estafo a mí mismo, no
estafaré a los demás.
No acepto sentirme cómoda en una vida estrecha.
Prefiero guardar la facilidad para después de la muerte cuando, pulverizada en
miles de pedacitos antracitas, volaré por el aire.
De párrafos en párrafos, saltando de una idea a otra,
sin prestar atención a la lógica, la narración avanza.
Viajes y textos se escriben ellos mismos.
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