jueves, 11 de febrero de 2016

Pero ¿de qué sirve escribir? 1.

o Contarlo todo sin saber cómo.



Veinte años.
¿Por qué esperar otros veinte años?
¿Otros veinte años antes de escribir su primer libro?
¿Por qué posponer las cosas?
Pequeña-Verga había pronunciado esas palabras cuando yo estaba todavía tumbada sobre el diván o cuando yo estaba de pie y le entregaba el dinero de la consulta. O él no había dicho nada. O yo era quien lo había dicho, o yo lo había pensado.

Siempre era difícil saber cómo el pensamiento se había formado. ¿Había surgido en la cabeza de Pequeña-Verga o en la mía? ¿En qué idioma se había formulado? ¿En procedencia de qué recuerdos? ¿Durante esa sesión, o la semana pasada cuando presionaba el botón del ascensor?

Un día, mientras salía de su consultorio*, y que él me acompañaba en el corredor, justamente la puerta del baño* estaba abierta y yo tuve una visión al pasar. Él se quedaba allí, de pie, orinando con su pequeño pipi entre los dedos. Así que a partir de ese día, lo había apodado Pequeña-Verga.

Estaba de vuelta a casa bajo la lluvia. Medio dormida en el bus. Acurrucada en mis sueños. Un clima terrible especial melancolía.

…Así que, no debía esperar más.

¿Pero había que seguir escribiendo en mis viejos cuadernos? ... No. No se desentierra las páginas amarillentas que están escondidas en un cajón. ¿Entonces iba a abrir un nuevo cuaderno? Páginas blancas que huelen a nuevo... No. Sería un cuaderno más que terminaría a la sombra en un armario...
¿Y si escribiera en un mundo desmaterializado, en la pantalla luminosa del computador, aparenta siglo 21? Sí. Un nuevo espacio. Una nueva voz.

Entonces muy mal instalada, empiezo a escribir. No vale un pedo de cuco. Poco importa. El gato ronronea en el sofá a mi lado. Aparenta ambiente de escritor, el gato. Está bien. Juega con el cable eléctrico del computador. Me perturba. Encuentro excusas a mi texto malo.
Nada que decir, nada que escribir. Me desespero, preparo y preparo litros de té, luego me repongo: " Orinamos, lo que sea, pero orinamos. No es el momento de criticar."
Me gustaría volver a encontrar ese éxtasis. Estas burbujas que emergían sin conocer su origen ni su razón. Aparecían de un momento a otro. Me instalaba y las palabras llegaban.


Busco ahora en mí un otro yo que escribiera en mi lugar y que yo pudiera leer y volver a leer.
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¿De qué sirve? Pero ¡de qué sirve escribir si nada dura!

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¿De qué sirve decirle? habían pensado. No es interesante.

Su padre había muerto. ¿Por qué decirle? Una noticia banal, en definitiva. El gato murió, el vecino murió, un cantante murió, eso sí, es interesante. Difunden la noticia.

Pero su padre murió... Habían decidido que no le interesaría. Ni hermanas, ni hermanos, ni madre abrieron la boca.
La fecha y el lugar de la ceremonia fueron enterrados en la intimidad de la familia.

Había nacido sin ese padre, eso es todo... o más bien queríamos creer que el Espíritu Santo había preñado la madre, o había sido el plomero, o ambos a la vez.

En la hermandad había en primer lugar ellos, y primero ellos y luego yo. Yo, una especie de mezcla de todos los hermanos y hermanas. Yo era su criatura, su invención, una quimera, un Frankenstein que habían hecho remendando con pequeños pedazos de ellos mismos. El padre había sido eliminado de esta creación. Considerado no apto. Pura y sencillamente.

El clan, el mentón siempre muy arriba, esperaba mucho de ella: "Ella tiene una mirada negra. No va a ser alguien con quien tomarse confianza. ¡Nadie le va a meter el dedo en la boca, ya verás!" Palabras  que lanzaron sobre mi cuna.

Entonces cuando me preguntaban: “¿qué hace tu papa?”, había aprendido a contestar “No tengo” con un fruncimiento de cejas que no da ganas de cuestionar más.

Sin embargo, años más tarde, en los pasillos con piedritas que crujen, yo había buscado la tumba del padre, bajo el sol picante de agosto, un papel anotado a mano por el empleado del cementerio.
Cuadrado B, pasillo 27, tumba 12.

Sólo pocos metros, unos pocos metros más, unos pocos metros por fin. Nunca había estado tan cerca del Patriarca.

Delante de la lápida, le había dicho hola y hasta luego. Yo estaba orgullosa de anunciarle que iba a pasar del otro lado del Atlántico, atravesar la madre*, vivir en otra parte. Viajar. Sin él y para él, iba a hacer todo ese camino.
"Tú no me conoces. Yo valgo cien y cero también. "

Mi corazón, patas arriba, hacía saltos en todos los sentidos en mi caja torácica. Nunca había estado tan cerca.

Dejé algo en la tumba, una flor, una palabra, unas palabras, nada, no me acuerdo.
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En el bus que avanzaba a paso lento en la Trece, había abierto un ojo de vez en cuando para mirar las paredes con carteles rasgados, los peatones que se cruzaban dándose golpes de sombrilla, los semáforos que cambiaban de color.
En el bus, había soñado con una novela que se escribiera sola, que yo pudiera leer y volver a leer.


Del otro lado del mar, fumo unos Belmont sentada al lado de mi gato. Escribo, el computador sobre las rodillas. El gato, intrigado, abre unos ojos de búho e intenta atrapar la flechita que se desplaza sobre la pantalla.

¿El agua que chorrea sobre los vidrios de mi apartamento será la misma agua que chorrea sobre el mármol de una tumba pasillo 27 cuadrado B? ¿Esas moléculas serán iguales de un lado y del otro del mar?



El gato me rasguña ahora un poco las manos. La novela no se escribe. Las alarmas de los carros se disparan. Lo real está aquí, con carne en sus huesos.
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La chica -mi madre- tenía veinte años. Su menstruación no había llegado ese mes. Ella no se había dado cuenta. La madre-mi  abuela- había detectado el retraso fácilmente ya que iban a lavar la ropa juntas en el lavadero.


"¡Mi hija, yo quiero ver a esa persona con quien sales! ¡Estamos en problemas! "
Convocación inmediata.
« ¡Joven! ¡O usted le pida la mano, o usted desaparezca hasta la eternidad! "

No se había ido, al menos no todavía.
Ella se había casada vestida de rosado. En las fotos en blanco y negro que enviaron a la familia, nadie pudo notar la desgracia.


Veintitrés años debían transcurrir antes de que se convirtiera en mi padre, el hombre que, en mi lugar, habían decretado sin interés.
Incluso añadían: "Tú tienes suerte, no lo conociste. Lo expulsamos, lo hicimos para ti. "

Gracias. Gracias infinitas.

A menudo escuchaba también: «Hija mía, ese día, hubiera sido mejor romperte una pierna en vez de conocer a este hombre. Una fractura se cura más rápido! "Cantinela  inventada más tarde por la abuela cuando llovió golpes y heridas sobre toda la familia.


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A veces, la mujer cansada-mi madre- estaba lavando los platos y un gato vomitaba detrás de la estufa. Se oía como un ruido de lavaplatos mal destapado. La niña -yo- hubiera gustado tener una casa normal, igual a la casa de los demás, donde ella no hubiera tenido necesidad de empujar los platos, las latas de cerveza, los ceniceros para colocar su cuaderno de tareas.


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Las alarmas se callaron, pero lo real no ha desaparecido. El gato se durmió. Todo es absurdo.

¿Cómo salvarse*? Ninguna redención, ninguna salida. ¿Creer en Dios, o escribir? Extraño a Dios y no puedo obligarme a creer.


Escribir un vómito de gato, ¿no sería un esfuerzo inútil?


El alboroto de las alarmas reanuda. El real y el hambre me caen encima. Debo confesármelo: estoy abandonada, y de Dios y de la escritura.


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Versión 1, 1ero de diciembre de 2011.
Version2, 3 de febrero de 2016.

*la palabra cabinet en francés se puede usar para un consultorio o para el baño.

*la palabra madre en francés suena como la palabra mar.

*la palabra se sauver en francés se puede usar para obtener el saludo eterno o para escaparse.

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