miércoles, 1 de abril de 2015

Tan yo.



Tan yo, tan lejos de mí.

Decible, indecible, diré todo, no sabrán nada.

Hacer lo que quiero. Decir lo que quiero. Escribir lo que quiero como bailar en topless en una discoteca.  Un desbordamiento de libertad que da el vértigo a los que se acercan.

Amar estremecerse. Actuar bajo el impulso del momento y de la imagen.

Acariciar el peligro sin nunca mostrar el miedo.

Armarse de una espada y de un escudo incluso para dormirse.

Esperar una mirada o provocarla, ofrecer su cuerpo en agradecimiento por una sonrisa, maravillarse de la pepita ganada, y pues, abrir el cofre al final del año, hacer las cuentas, descubrir el oro convertido en plomo, perder mucho.

Querer comprometerse con un hombre, a todo costo, utilizando un calzador, mientras que detestar la rutina y las medias hombres/mujeres mezcladas en un mismo cajón.

No tener ninguna consistencia en la mitad de una apartamento vacío, y tomar forma en un café abarrotado.

Valor 0 para papá. Valor 100 para la mamá.

Soñar con una vida trepidante, siempre en la escalada, más y mejor que los otros, y al mismo tiempo tener envidia por la banalidad y la seguridad de la vecina: un marido, tres hijos, un futón, un perro, una cita en el pediatra por la varicela del hijo menor.

Reclamar la quietud inesperada, la paz devastadora, la tranquilidad sobre el estado de alerta.

Subirse hasta la almena y hacer flotar el estandarte de la contradicción.

Atraer a los hombres, tentarlos, mantenerlos calientes, ponerlos patas arriba, irritarlos, mimarlos, darles alergias, alabarlos, para después reducirlos mejor, herirlos para consolarlos, asquearlos de sí mismo  mientras se les cautiva y entonces finalmente entender que 1000 multiplicado por 0 es igual a 0, obviamente la cabeza de Toto, el casco raspado. No hay nada en el coco. Arrancar el borrador, hacer una bolita y tirarla a la basura. Retomar una hoja. Revisar su copia.

Vivir más, disfrutar más. Los nuevos mandatos del siglo me alienan. Entonces, caigo embelesada. Pies y manos amarrados, un día entero, desengrano las horas. Y ya no quiero ser la mujer del amigo Ricoré. Quiero ser un taburete de tres patas.

El texto descarrila. Está recostado sobre un lado, respira lentamente.

Escribir feo.

Un pasaje obligado.

Un pasaje de larga duración

Un pasaje no muy sabio

Perseguir pero fuero de la jaula

Saborear a la verdadera bruja

Sin nunca caer borracho.

Pesadilla. Las rimas pobres hacen la cola en la sopa popular. Sale humo de su boca en pleno invierno.

O bien, cambio de agujas. El texto se larga hacia otra dirección.

Nuestros cuerpos se entremezclan. Dominante, dominado en un ballet sangriento de pura envidia. Carne y huesos se sacuden. Rígida es la vida que nos atraviesa.

Somos indomables cuando la tiranía se ejerce y nos quedamos impotentes frente a la igualdad.

La muerte se dobla en cuatro para suspender el segundo y nos sorprende a contrapelo. Ella envía un mensaje de amor agudo a esos esqueletos  sublevados por los electrochoques.

Se nos ha invitado a un festín de los dioses pero susurramos frases más triviales que cagadas de mosca.  Decididamente no estamos dotados.  Se nos ha puesto a manera de cerebro una estupidez  de Kinder Sorpresa, chocolate que se pega en el paladar y un juguete de plástico. Somos muy orgullosos cuando nos lo regalan. Después, envejece muy mal, los stickers se despegan,  no hace más que atrapar polvo sobre la estantería.

En fin, seamos indulgentes. No le disparamos a la ambulancia. Ya tiene las ruedas pinchadas, una sirena asmática y le robaron los retrovisores la semana pasada.

Tan yo, tan lejos de mí.  Diré todo, no sabrán nada.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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