Texto original en francés.
Traducción : Adriano Moreno.
Traducción : Adriano Moreno.
En la costa caribe. En alguna parte de un barrio de
esos que llaman populares. Un barullo se hace escuchar por toda la calle. Una
mezcla de llantos de niños y de programas de radio.
Las señoras andan escoba en mano. Son las 10:33 de la
mañana y ellas van rascando las colillas a empujoncitos frente a sus puertas. Van
armando montoncitos de polvo. Con dejadez.
La vida va corriendo suavemente. Bajo el calor que abruma. Todos los días lo mismo; sin posibilidad de indulto.
Pasa una cicla. Vendedor de aguacates, de limones o de ollas. O de traperos. O de lotería.
La vida va corriendo suavemente. Bajo el calor que abruma. Todos los días lo mismo; sin posibilidad de indulto.
Pasa una cicla. Vendedor de aguacates, de limones o de ollas. O de traperos. O de lotería.
Y ella. Ella está allí, espichada contra el andén como
una guanábana. Aterrizó allí sin saber por qué. Está sentada delante de una casa
ajena, en la calle de una ciudad ajena, en un país ajeno.
Está desconectada de toda pertenencia, de toda señal
que pudiera acercarla a su infancia. Sin embargo, no todo resulta completamente
ajeno en este escenario de otro mundo.
El olor de las sábanas sucias al entrar al cuarto le
es tan familiar Y los pedacitos de jabón tirados en el borde del
lavamanos y que seguirán sirviendo hasta el último gramo.
O los autoadhesivos pegados en los muros para disimular los huecos, las mesas de tres patas, los armarios de plástico con cierre desgarrado, los almanaques vencidos colgados del muro, los bombillos desnudos, las pinturas chiteadas y el mugre pegado en los rincones.
O los autoadhesivos pegados en los muros para disimular los huecos, las mesas de tres patas, los armarios de plástico con cierre desgarrado, los almanaques vencidos colgados del muro, los bombillos desnudos, las pinturas chiteadas y el mugre pegado en los rincones.
Allá dentro el abanico continúa gruñendo. Hace girar
sus tres pequeñas aspas azules. Será que sueña con ser helicóptero. Verdad que uno
no tiene idea de con qué sueñan las cosas. Ella tiene la impresión de no estar
haciendo un carajo. Tiene la impresión de que “hay mejores cosas que hacer” y,
al mismo tiempo, tiene la impresión de que “no hay nada mejor que hacer”.
Luego vuelve a encontrarse en el espacio-tiempo de
antes de que cumpliera seis años, de antes de su entrada al colegio sin haber pasado por el kínder; de antes
de su entrada en sociedad. Recuerda esas tardes pasadas al lado de su abuela y
de su madre. Las veía coser y tejer… Mientras ella se llenaba la barriga de
tajadas de pan untadas de queso camembert, de café con leche… de pastel rústico
de cerezas en verano.
Las tardes se parecían y los días se sucedían. Ella buscaba nuevos dibujos para empezar en su bloc de colorear. Buscaba plumones que sirvieran en la gran maleta amarilla, aquellos que no se le hubiera olvidado tapar. Se subía a las rodillas de su madre. Contemplaba las grandes manos rojas con la argolla de matrimonio entallada en la carne. Esas manos carcomidas por los ácidos de los productos de limpieza. Esas manos que secaban, que enjuagaban, que restregaban y hacían desaparecer el mugre que hacían los otros, esos otros que sí tenían con qué pagar una muchacha del servicio…
Las tardes se parecían y los días se sucedían. Ella buscaba nuevos dibujos para empezar en su bloc de colorear. Buscaba plumones que sirvieran en la gran maleta amarilla, aquellos que no se le hubiera olvidado tapar. Se subía a las rodillas de su madre. Contemplaba las grandes manos rojas con la argolla de matrimonio entallada en la carne. Esas manos carcomidas por los ácidos de los productos de limpieza. Esas manos que secaban, que enjuagaban, que restregaban y hacían desaparecer el mugre que hacían los otros, esos otros que sí tenían con qué pagar una muchacha del servicio…
Esas manos, las miraba un momento y las veía correr
como dos arañotas sobre las agujas de tejer. Luego se deslizaba bajo la silla y
observaba el hilo de lana que iba pasando.
Y la bola de lana que en el suelo sufría sacudones bruscos, sobresaltos, uno lento, otro lento, tres rápidos. Un lento, un lento, dos rápidos. A veces había varias bolas de lana que bailaban al tiempo, juntas.
Y la bola de lana que en el suelo sufría sacudones bruscos, sobresaltos, uno lento, otro lento, tres rápidos. Un lento, un lento, dos rápidos. A veces había varias bolas de lana que bailaban al tiempo, juntas.
A veces atrapaba el hilo, lo dejaba deslizar y ¡pum!
Lo trancaba de un golpe. Oía el regaño allá arriba. Lo dejaba pasar de nuevo
entre sus dedos y ¡pum! Otra vez lo detenía, y de nuevo oía el grito.
Descubría y estudiaba el encadenamiento de las causas y las consecuencias. Acción; reacción.
Tenía cinco años y no sabía que eso era la felicidad.
Lograba levantarse de nuevo, una vez más, luego de un
descenso fallido del tobogán. Quedaba tendida cuan larga era por haber ensayado
algo nuevo, del estilo: bajar de barriga con la cabeza adelante; pero sin poner
las manos para amortiguar.
En par segundos estaba nuevamente de pie. Mirada a la
derecha, vistazo a la izquierda, nadie se dio cuenta. ¡Rápido! Hay que subir de
nuevo la escalera.
¡Caramba! Se arrancó las costras secas de las rodillas; el porrazo de la semana pasada. Se forma un hilito de río rojo que baja hasta el fondo del zapato. De malas. Sigamos. Esta noche mamá le pondrá eso rojo que no pica.
¡Caramba! Se arrancó las costras secas de las rodillas; el porrazo de la semana pasada. Se forma un hilito de río rojo que baja hasta el fondo del zapato. De malas. Sigamos. Esta noche mamá le pondrá eso rojo que no pica.
Hoy por hoy, le gustaría ser la hija de alguien. O
también la mamá de alguien.
¿Lista para una nueva botada del rodadero? Con o sin
descalabrada al final. Pero ya no hay nadie que la levante, ni que le pegue su
esparadrapo. Eso lo sabe. ¿Entonces? ¿Será que hace cola allá arriba de la
escalera? ¿No?... Pues ¡sí!
¡Ve! El vendedor de limones vuelve a pasar frente a la
casa que no es la de ella.
Sigue sentada en el mismo andén desde hace tres
semanas, frente a la tienda La Protegedora. La vida de barrio prosigue,
siempre idéntica a sí misma. La gente pasa y se cruza; todos buscando mil
pesos. Otros van en busca del tiempo perdido; pero pertenecen a otro
continente.
Las mujeres pasean sus paraguas bajo el sol. Parecen enormes bombas de colores vivos que se mueven bailando. Las niñas pequeñas salen del colegio, uniformadas, con delantal de tirantas estampado con cuadrados de azul celeste. Con sus trenzas parecen Laura Ingalls de los trópicos. Sólo que sus ojos disparan una metralla negra.
Las mujeres pasean sus paraguas bajo el sol. Parecen enormes bombas de colores vivos que se mueven bailando. Las niñas pequeñas salen del colegio, uniformadas, con delantal de tirantas estampado con cuadrados de azul celeste. Con sus trenzas parecen Laura Ingalls de los trópicos. Sólo que sus ojos disparan una metralla negra.
El vendedor de guayabas para su carro. Cuenta su
plata. El olor a fruta recalentada zahiere la nariz. El cielo está rayado con
cables eléctricos. Los perros orinan.
Ahora se acuesta de lado en la cama, en el cuarto, el abanico
pasa las páginas de su cuaderno. Automático. Ve pasar su escritura a toda
velocidad. Página, página, página y luego se cierra y entonces aparece la
carátula de corazones rosados y rayas azules. Dos segundos de pausa, y todo
vuelve a empezar. Página, página, página, carátula. Página, página, página, carátula. Pausa. Página, página, página, carátula...
Palabras en bucle. La vida en bucle.
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