viernes, 22 de marzo de 2013

Impostura.




Con los nervios de punta, a punto de estallar, tejo suéteres de lana ácida.

La mala madre no es la que creen. Eso me da frio en las enredaderas incluso cuando tengo las fuentes cerca del calor.

Entre vasos helados, las carencias se me antojan lisas y malvadas.

Y cuando no puedo decirlo todo; cuando la censura es demasiado potente, entonces para-digo.

Mientras tanto, me atraganto con mi tostada recurrente.

¡Rápido! ¡Encuéntrenme una salida de emergencia! Es como un rectangulito en el fondo de un hueco.

Y lo repito nuevamente: aléjenme de esta bruja, o sino cuando sea vieja no la bañaré.

Todos conocemos la impostura, y sin embargo adherimos a ella como un esparadrapo a una costra vieja.

Ya no respiro más que por el pequeño hueco derecho de mi nariz.

Y ahora tengo el salero terciado. Mis escalopes se estremecen. Las papas están secas.

Las cucarachas de los sinsabores están pasadas de punto. La distancia se esfuma.

Mi corazón vacila. Taquicardia de legumbres verdes.

Es el anaznamal, lo cual significa que existen ideas negras que se vuelven rojas.
No obstante, ello no quiere decir que esté de acuerdo con los viejos preceptos.
 
Todavía hay deseos que permanecen inertes. Con o sin ganas. Y aunque las nubes se derritan como cuerdas, los monjes no preferirán apretarse el cinturón.

Finalmente, las cuatro patas de una silla tocan el suelo y eso me encanta.

¿Cuánto tiempo habrá que esperar para que nazca el ciempiés?

 

Hace algunas semanas, respiraba tiernamente en el fondo de mi cama cuando los sanguinarios me devoraron los dedos de los pies.
Desde entonces no me atrevo a ser tierna, ni siquiera con mi colchón.

Por fortuna me mantuve sorda a sus decires. Pero todo estaba tan tensionado que una lágrima brotó de mi sien.

Ahora extraño un tanto el tiempo de los ermitaños acompañados. Pero ¿qué quieren? las cosas viejas pasan y las grullas también.

Todos tenemos clara de huevo en los ojos, y hasta las sillas de ruedas se disfrazan. Veo y conozco muchas de ellas.

Las tripas con acedera también son demasiado permisivas. Así son las cosas y hay que aceptarlas. Aunque las añoranzas mojan más que los remordimientos.

Y aunque el agua chorree en sentido inverso, no cambiaremos la caída de las cosas.

Es completamente normal que ustedes no comprendan este texto. Estoy tan cansada de explicar lo que me hace temblar.

Tengo el cráneo rebosante de todo esto y brotan de mi nariz suculentos filetes de primera calidad.

No haré de nuevo el mundo.

Pero sin contradecirme, yo para-digo y la emoción cobra peso.  



Texto original en francés.
Traducción: Adriano Moreno.


  
 
 

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