sábado, 26 de septiembre de 2015

El pesebre está vacío.




 
Boca arriba bajo el cielo de cualquier ciudad.

Las resoluciones del año nuevo vuelan al nivel de las chiribitas. O más bien al nivel del cinturón. Ella cuenta y recuenta sus amantes, tantos como el número de teclas del piano que escucha.
Deshoja, deshoja los hombres y las margaritas. ¿Cuántos amores en capullo nunca eclosionados? ¿Cuántos pantalones abandonados al pie de su cama? Corteza de una piel blanca, negra o trigueña.
Hoy es el hermano de un fulano que se va al amanecer ¿y mañana?...

En la tierra yace un pequeño embrión. Una planta lo absorbe. Una piedra blanca lo cubre. Minúscula lápida por un no-nacido(a).
La eterna huérfana no quiso que se quedara sin padre. El niño de la vergüenza no nacerá. Lamentos amargados de una madre abortada.
Estuvo tan cerca esa vez.
Pero, los carroñeros, además de dejarla despellejada, la destituyeron del derecho a dar a luz.
Y otros alter egos siguen como ella tropezándose en la alfombra de su libido porque un día, esas aves de muerte les quitaron el derecho a ser el imposible de alguien.
Su barriga hubiera podido inflarse. Desproporcionadamente, hermosa, como una gran luna colgada a su cuerpo. Pero sola, habría quedado.
Preciosa mamá en la desesperación, ella mató a su hijo gentilmente, meciéndolo suavemente en su vientre, hablándole en voz baja y tranquilizándolo entre cada contracción.
Murió el divino niño, entre Navidad y Año Nuevo. Celebremos con champán. Para él, es su última copa.
El pesebre está vacío ahora. Confiar en su buena estrella, ella no tiene más. La estrella de sus noches de insomnio.
En el fondo de sus sábanas, más que nunca, buscará las lágrimas que no llegan.

El peligro es su hogar. Desgraciadamente.



Versión original, 6 de enero de 2005.

Versión blog 1, abril de 2013.

 

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