Pequeña historia de una Navidad Iluminada,
escrita gracias a las imágenes de la Chocolatina Jet.
Como un cometa cayó en mi vida pero sin hielo y
sin polvo. Su cola impulsada por el viento solar y que medía millones de kilómetros
no se podía apreciar con el ojo humano.
Precípitemente pero sin asustarme, se instaló en
mi casa.
A este momento, todavía, no me podía dar cuenta de
la amplitud del terremoto causado por su caída, ni de las repercusiones que iba
a conocer los santuarios de mi planeta.
Los dos teníamos costumbres nocturnas y nos
gustaban las cuevas profundas.
Con sus patas podía sentir mis vibraciones
cuando estábamos bailando. Nuestra composición química se parecía aunque no
vivíamos en el mismo mundo.
Percibía en mí, los ligeros cambios de mis
emociones y podía emitir una gran variedad de sonidos para rodearme y darme
seguridad. Gracias a este sistema yo
podía aguantar dos horas sumergida en cualquier agua.
A veces me daba miedo su pico largo y aplanado.
Pensaba que podía atacar una a una mis debilidades y reducirme en trozos como
una de sus presas. Pero después, constaté que no
había ninguna amenaza y que, al contrario, me defendía de los depredadores. Era el más veloz para rescatarme. Su visión era
aguda y sabía distinguir quién es quién.
Era un ser muy especial habitado por lobos,
zorros, liebres árcticas y muchas aves. Los renos también atravesaban su
horizonte íntimo.
Durante el solsticio de verano, disfrutábamos
del sol que nos quemaba los ojos las veinte cuatro horas del día. Nos
enceguecíamos pero no importaba porque sabíamos que cada uno estaba sentado al
lado del otro. Con esa certeza, podíamos seguir sonriendo.
A veces le podía temer a sus erupciones
violentas. Sucedía cuando menos lo esperaba. Eran implacables pero cortas.
Yo las tenía registradas en un cuaderno con
fecha y hora. Les ponía al lado una calificación: una, dos, tres estrellas
según la intensidad del estallido y el número de piedras y lavas expulsadas en
el aire.
También quería dibujar una, dos, tres calaveras
en el tablero para registrar la magnitud del dolor que había sentido durante
la explosión.
Sin embargo, nunca tuve que trazar este símbolo
mortífero porque jamás me lastimó. No intentó herirme. Nunca hubo una controversia
que sobrepasó la violencia de un pétalo de rosa.
No.
De todas formas, en caso de emergencia, podíamos
ocultarnos cada uno en su cuarto.
Entre nosotros, una constante actividad se manifestaba y, a
pesar de los riesgos eventuales, seguimos viviendo juntos con mucha cercanía.
Compartimos una vida muy fértil gracias a las cenizas que nuestra experiencia
había dejado a lo largo del camino.
Ese cometa había caído en mi suelo el viernes 13 de
diciembre 2013 a las siete de la noche.
…Luego
desapareció.
Versión original, febrero 2013.
Versión blog 1, febrero 2014.
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