Prefacio a la colección de textos Impostura.
Por Hervé Malagola.
Traducción Nadia Rios.
Bueno, siempre es fácil decir que alguien escribe
como se eyacula, pero después de sacarle brillo a la lámpara de aceite durante
un tiempo, no siempre son pequeños genios aseados los que salen, sino también
villanos descuidados que se emocionan gritando y salpicando a todo el mundo ¿verdad?
Sobre todo si los orificios están medio obstruidos, en ese caso el chorro será
aún más violento: saldrán de ahí propietarias ancianas con el “culo demasiado
pesado”, gays vergones en sujetador, moco escurriendo en “pequeños hilos de
primera calidad”, ventiladores burlones, cuellos pegajosos, “canaletas
vomitando”, caribeñas, “pequeños pedazos de jabón”, madres y abuelas que tejen,
costras secas en las rodillas de una niña de cinco años, vendedores de
guayabas, todo un zoco que Fabienne Le Blevec decididamente no se resigna a
esconder bajo la alfombra voladora tejida por ella misma. De todos modos, ya
sabemos desde Oehlenschläger que los viejos magos son impotentes frente a los
arabescos enigmáticos del revoltijo de la vida, incluso con la ayuda de figuras
acústicas o de varitas blandas… solo un hijo de la naturaleza, un bandido,
posiblemente una mujer fuente nos pueden decir eso “con lo que sueñan los
objetos”, mejor dicho puede descifrar en el fárrago de la miseria ordinaria la
felicidad de las bolas que saltan en las manos de una madre que a dedicado su
vida a sacarle el brillo a muchas lámparas sin necesariamente ver brotar ningún
Aladino.
Hija de la naturaleza primero que todo, no cabe
duda, ardilla con pelo brillante, ágil y
ahorradora, enamorada de las flores y de las verduras, Fabienne Le Blevec
quiere especialmente abolir las disonancias que nos separan de la realidad
cósmica. Parafraseando a Queneau: “¿Está usted interesado en la meteorología,
señora? – Un poco… tengo un ventilador”. Abanico proustiano, asmático, lector
de vez en cuando, revolviendo sin mucha fe un calor que de todas maneras no
disminuirá… Porque el calor es la prueba de que estamos aquí, habitantes de
este mundo, la prueba de nuestra elección necesaria, “incluso si el agua corre hacia
atrás: ella se apodera de nuestra carne, suscita esperanzas absurdas de
frescura o de noche, pero en última instancia justifica la complicidad de
aquello que, con sus “pequeñas palas”, nos devuelve a lo esencial: el gesto de
la escritura. “El ventilador gira las páginas de su cuaderno. Automático. Ella
ve pasar su escritura a toda velocidad.” Fabienne Le Blevec es una hoja de
árbol.
Bandida, aún más quizá, admiradora de un hermano que
“aplasta babosas”, perezosa, golosa, insolente, despilfarradora, no merece sin
duda, según la “bruja”, su ascensión de ardilla llena de avellanas… Que se llene
“la pansa de tostadas con Camembert”, o que pase “un día entero en una hamaca”,
que mande a los ricos “a la mierda”, poco importa en realidad, ella fue elegida
y lo sabe, su genio se lo dijo cuando ella se echaba de cabeza por el tobogán y
desperdiciaba su sangre para conservar la libertad de no poner sus manos…
“¿Entonces subirá a hacer la fila en la escalera? ¿No? ¡Pues si!” Pero no se
quedará abajo, no, y la riqueza material, como la lámpara maravillosa, valen
solo por el deseo de aquel que las posee y que las pone al servicio de su
destino. “Estoy haciéndome aretes con cerezas”. Fabienne Le Blevec es una
ardilla voladora.
Mujer fuente definitivamente, nos gusta, y no
solamente porque a veces llora. También porque llueve mucho en sus textos y se
goza. “Todo era tan tenso que una lágrima salió de mi sien”: cuando las fosas
nasales están casi tapadas, la fricción repetida produce erupciones violentas,
es una ley puramente física. Y “aunque las añoranzas mojan más que los
remordimientos” es un precepto que se cumple. Pero Aladino, él, se niega a
aparecer o ya desapareció, “todavía hay deseos que permanecen inertes”, y la
lucidez ciertamente no impedirá el diluvio. Porque llueve mucho en el mundo
leblevequiano y la tasa de humedad es alta (¡“ochenta por ciento” por lo
menos!). “Bogotá la lluviosa” es la diosa tutelar de un universo desleído. “Los
perros orinan”, “las nubes caen como cuerdas”, “tres gotas y luego, de un solo
golpe, baldes. La calle se convierte en una corriente de agua caliente”, pero
el líquido no viene a purificar la atmosfera, no, se difunde en vano sobre
seres que saben que no habrá ningún alivio por ese lado. “La tormenta pasa. La
temperatura no ha bajado un grado.” La esperanza no viene de arriba, seamos
serios por un momento, eso se sabría, por supuesto que está debajo de las
sábanas: “Me da frío en las enredaderas, aún cuando las fuentes están
calientes”. La esperanza es horizontal y erótica. “Nos deslizamos en una
hamaca”, “nos arrastramos hasta la cama”: no busque más lejos el sentido de su
identidad, francés de pura cepa, está encima de su colchón, en el encuentro con
el extranjero con quien “no hay nada más que hacer” fuera de follar. Se mete lo
que se puede. Fabienne Le Blevec está “desconectada de cualquier pertenencia”,
pero encuentra, en el erotismo húmedo y en las rodillas que “chorrean” de una
ciudad caribeña, el genio de su infancia destejida.
Y luego hay el derrame de testosterona, el amor por
los “hombres, hombres y más hombres”, el deseo desmesurado de “cinco batallones
de vergas y culos pequeños”, que a fuerza de sacarles brillo terminaron por
hacer brotar de su lámpara de neón, abanicos, boas, sujetadores y locas ahí
donde se veían solamente “padres de familia”, divas ahí donde solamente se
veían Bruce Willis. “¿Desde cuando vive esa mujer atrapada en un cuerpo de
hombre?” ¿Desde cuando esta escritora espera que hagamos salir de su fuente
mágica el genio erótico que le hará crear otros seres de la noche, otras
ardillas, otros ventiladores, tostadas y toboganes? Fabienne Le Blevec es una
fuente.
Nota bene: Los cinco textos de la colección Impostura se encuentran en el blog.
Las ardillas, Compenetrados, Calor, Impostura, marzo 2013.
Un antro llamado el Polo, septiembre 2012.
Un antro llamado el Polo, septiembre 2012.
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