lunes, 7 de septiembre de 2015

El cuaderno vietnamita.9.


 
Sapa. Montañas del norte. 11 de julio. Green Valley Hotel. 8 am.

No sé si mi vida es un sueño o si sueño mi vida. No sé si alguien escribo todo eso en el Gran Pergamino o si yo lo decido cada día. No sé si tengo una buena estrella o si mi mama me escogió tres buenas madrinas cuando nací, cuando vivíamos las dos bajo las bombas.

No sé si ellas se agacharon sobre mi cuna para regalarme una voluntad de acero, un temperamento de guerrero, un carácter de ninja, la fuerza de un tigre, la resistencia de un elefante pero creo que soy agradecida de caminar por este sendero.

“No sé” y “creo” son las palabras que me habitan.
Y, en ese mapa que voy años recorriendo, ojos y oídos grandes abiertos, él apareció.
A veces, pienso que es una broma que me está haciendo el Diablo, o un pez de abril adelantado.
Llegó de un día para otro y me saludó como si me conociera. Estaba un poco incomoda.
En la rotonda, se despidió con un beso que me dejo vacilar hasta en la ducha el día siguiente. Sembró el trastorno. Parecía que leyeras en mí a libro abierto. Con refinamiento, resaltaba mis líneas.
Desayuno, un relámpago me atraviesa de par en par, una intuición crece…y si él fuera…calculo la reducción teosófica de su nombre y apellido, mi piel se eriza: 15. Mi hipótesis  se verifica. Para conocerme, no robó el archivo “Le Blevec “en el consultorio del psicoanalista, no corrompió a mis amigos para acceder a mis confidencias. Él lo sabe todo sin necesidad de buscar. Es el Diablo, Lucifer, porteur de lumière, archange déchu.
¿Por qué me eligió?  
Musique.
Qu’attendez-vous de moi? C’est la première fois que je viens au rendez-vous…
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Valle de Tavan.
Percibí corrientes subterráneas contrarias a dentro de nosotros. Nos lanzamos, retrocedamos, pero uno como el otro supimos inmediatamente que era ineluctable. Magnético.
¡Qué los dedos del Loco y del Diablo se entrelacen para dirigirse hacia la luz! Reservemos la caída mortal y tenebrosa a nuestra enemiga la monotonía - Oración de una mujer blanca sentada en la orilla de un rio verdoso en el norte de Vietnam, una tarde calorosa y húmeda, a su lado las niñas enjabonan la ropa sobre las piedras blancas, donde las libélulas rojas aterrizan de vez en cuando.
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Terraza de la casa de los Hmong.
Mirando a lo lejos. 4.00 pm.
Habitualmente, usaba la palabra “amor, mi amor” con mis amigos, con mis amantes, con cariño, con ironía, sin pensarlo mucho, sin preocuparme.
Se lo dije una vez solamente. De su boca salió una expresión más bella. Mil veces. “Mi vida”. Ya la conocía. Es común. Cuando la dijo, percute....
En francés,” mi amor” suena “mis à mort” “….una condena a muerte. Una palabra de cariño que se convierte en una sentencia de emperador romano cuando, al final del combate, en el coliseo, decide sacrificar al esclavo.
No usaré más esa palabra contigo, mi vida.
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Murmuré un deseo mientras lanzaba en el agua del arrozal un corazón de hojas frescas que me regaló una mujer Hmong.
El corazón hélice empujado por el viento voló lejos, muy lejos… como si tuviera energía propia.   Insecto vegetal.
¿Cuándo voy a dejar de ser una niña quien reza elfos, korrigans, vírgenes, diablos y arboles?
Quisiera darme puños, revolcarme en el piso, halarme el pelo para que saliera de mi cuerpo esa fantasmagoría.
Intento sentarme con otros turistas. No aguanto ni diez minutos la conversación respecto a los itinerarios, horarios de buses y mejores repelentes.
Regreso a la mesa de los duendes y brujas.
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En la cocina, con las mujeres Hmong. 6.30 pm.
Fritan los nems, rodillas dobladas, frente al wok.  La fogata da un color anaranjado a la sala. Por la puerta abierta, veo pasar a baja altura las golondrinas, pequeños aviones supersónicos, atrapan mosquitos y otros bichos.
Estoy sentada en una butaca diminuta, apoyo mis codos sobre una mesa diminuta. Las mujeres me llegan al hombro. De muy pequeña, pasé a ser muy grande, como Alicia en el país de las maravillas, el libro fetiche que me entregaste para mi viaje, justo antes de separarnos…parecías nervioso.
Escucho el aceite repiquetear, los bebes gritar.
Quisiera apoyar mi mejilla hirviendo por el cansancio de la caminata contra tu pectoral, donde tu piel, me imagino- la mujer se levantó y está mirando lo que estoy escribiendo, me sonríe, se encarga de nuevo del fogón, la otra hace soltar el bebé sobre sus rodillas, le canta y se ríe- es más suave que las alas plegadas de una tórtola que encuentro en el suelo y que se refugia entre mis manos. Siento su calor. Cuarenta y dos grados. Su pulso. Se calma. Nos calmamos. Sin palabras. Las radiaciones animales de nuestros cuerpos se sincronizan. Paz y descanso.
La mujer clava sus ojos negros achinados en los míos gris azules atlánticos. Me presenta los nems servidos en una bandeja. Asienta con la cabeza.
Nutrir. Obedezco a su señal maternal.
Abandono el lapicero. Trago.

 

 

 

 

 

 

 

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