Sapa. Montañas del norte. 11 de julio. Green Valley
Hotel. 8 am.
No sé si mi vida es un sueño o si sueño mi vida. No sé
si alguien escribo todo eso en el Gran Pergamino o si yo lo decido cada día. No
sé si tengo una buena estrella o si mi mama me escogió tres buenas madrinas
cuando nací, cuando vivíamos las dos bajo las bombas.
No sé si ellas se agacharon sobre mi cuna para
regalarme una voluntad de acero, un temperamento de guerrero, un carácter de ninja,
la fuerza de un tigre, la resistencia de un elefante pero creo que soy
agradecida de caminar por este sendero.
“No sé” y “creo” son las palabras que me habitan.
Y, en ese mapa que voy años recorriendo, ojos y oídos
grandes abiertos, él apareció.
A veces, pienso que es una broma que me está haciendo
el Diablo, o un pez de abril adelantado.
Llegó de un día para otro y me saludó como si me
conociera. Estaba un poco incomoda.
En la rotonda, se despidió con un beso que me dejo
vacilar hasta en la ducha el día siguiente. Sembró el trastorno. Parecía que leyeras
en mí a libro abierto. Con refinamiento, resaltaba mis líneas.
Desayuno, un relámpago me atraviesa de par en par, una
intuición crece…y si él fuera…calculo la reducción teosófica de su nombre y apellido,
mi piel se eriza: 15. Mi hipótesis se
verifica. Para conocerme, no robó el archivo “Le Blevec “en el consultorio del
psicoanalista, no corrompió a mis amigos para acceder a mis confidencias. Él lo
sabe todo sin necesidad de buscar. Es el Diablo, Lucifer, porteur de lumière,
archange déchu.
¿Por qué me
eligió?
Musique.
Qu’attendez-vous
de moi? C’est la première fois que je viens au rendez-vous…
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Valle de Tavan.
Percibí corrientes subterráneas contrarias a dentro de
nosotros. Nos lanzamos, retrocedamos, pero uno como el otro supimos inmediatamente
que era ineluctable. Magnético.
¡Qué los dedos del Loco y del Diablo se entrelacen
para dirigirse hacia la luz! Reservemos la caída mortal y tenebrosa a nuestra
enemiga la monotonía - Oración de una mujer blanca sentada en la orilla de un
rio verdoso en el norte de Vietnam, una tarde calorosa y húmeda, a su lado las
niñas enjabonan la ropa sobre las piedras blancas, donde las libélulas rojas
aterrizan de vez en cuando.
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Terraza de la casa de los Hmong.
Mirando a lo lejos. 4.00 pm.
Habitualmente, usaba la palabra “amor, mi amor” con
mis amigos, con mis amantes, con cariño, con ironía, sin pensarlo mucho, sin
preocuparme.
Se lo dije una vez solamente. De su boca salió una
expresión más bella. Mil veces. “Mi vida”. Ya la conocía. Es común. Cuando la
dijo, percute....
En francés,” mi amor” suena “mis à mort” “….una condena a
muerte. Una palabra de cariño que se convierte en una sentencia de emperador
romano cuando, al final del combate, en el coliseo, decide sacrificar al
esclavo.
No usaré más esa palabra contigo, mi vida.
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Murmuré un deseo mientras lanzaba en el agua del
arrozal un corazón de hojas frescas que me regaló una mujer Hmong.
El corazón hélice empujado por el viento voló lejos,
muy lejos… como si tuviera energía propia. Insecto
vegetal.
¿Cuándo voy a dejar de ser una niña quien reza elfos,
korrigans, vírgenes, diablos y arboles?
Quisiera darme puños, revolcarme en el piso, halarme
el pelo para que saliera de mi cuerpo esa fantasmagoría.
Intento sentarme con otros turistas. No
aguanto ni diez minutos la conversación respecto a los itinerarios, horarios de
buses y mejores repelentes.
Regreso a la mesa de los duendes y brujas.
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En la cocina, con las mujeres Hmong. 6.30 pm.
Fritan los nems, rodillas dobladas, frente al wok. La fogata da un color anaranjado a la sala.
Por la puerta abierta, veo pasar a baja altura las golondrinas, pequeños
aviones supersónicos, atrapan mosquitos y otros bichos.
Estoy sentada en una butaca diminuta, apoyo mis codos
sobre una mesa diminuta. Las mujeres me llegan al hombro. De muy pequeña, pasé
a ser muy grande, como Alicia en el país de las maravillas, el libro fetiche que
me entregaste para mi viaje, justo antes de separarnos…parecías nervioso.
Escucho el aceite repiquetear, los bebes gritar.
Quisiera apoyar mi mejilla hirviendo por el cansancio
de la caminata contra tu pectoral, donde tu piel, me imagino- la mujer se levantó
y está mirando lo que estoy escribiendo, me sonríe, se encarga de nuevo del
fogón, la otra hace soltar el bebé sobre sus rodillas, le canta y se ríe- es más
suave que las alas plegadas de una tórtola que encuentro en el suelo y que se
refugia entre mis manos. Siento su calor. Cuarenta y dos grados. Su pulso. Se
calma. Nos calmamos. Sin palabras. Las radiaciones animales de nuestros cuerpos
se sincronizan. Paz y descanso.
La mujer clava sus ojos negros achinados en los míos
gris azules atlánticos. Me presenta los nems servidos en una bandeja. Asienta
con la cabeza.
Nutrir. Obedezco a su señal maternal.
Abandono el lapicero. Trago.
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