Cositas
de la infancia.1.
Me acuerdo que cuando era
niña, creía que si las nubes se movían, era porque la Tierra estaba dando
vueltas alrededor del sol. Pensaba que era lo mismo que cuando uno se monta en
un carrusel. Se ve pasar el paisaje. Para mí, las nubes eran fijas y nosotros
nos movíamos.
Tenía conciencia de estar
pequeña y en un estado efímero. Miraba mis piernas y no alcanzaban al piso
cuando estaba sentada en una silla y pensaba: “un día mis piernas van a
alcanzar al piso, voy a ser adulta y nada será como antes”. Trataba de
disfrutar de mis piernas corticas. Ahora, a veces, busco este paraíso perdido y
me siento sobre un muro, un puente y dejo balancear mis piernas, como en los
viejos tiempos de este casi paraíso que se terminó. Es igual pero no da igual.
Me pasó lo mismo con la
lectura. Miraba los créditos al final de las películas. Parecían jeroglíficos y
pensaba "un día podré entenderlos pero ese día voy a perder la magia de no
entenderlos." Perderé mis jeroglíficos . Siempre me dolía la
pérdida, nunca podía tenerlo todo. A veces, en cine, no me levanto de la silla, me quedo con los ojos casi cerrados y trato de ver mis signos tan
amados. Es igual pero no da igual.
Me acuerdo comer tartine de cancoillotte, este queso líquido.
Se me untaba los dedos, la boca, el mentón. Todo mi cuerpo se ponía pegajoso y
se iba empeorando cuando se secaba. Afortunadamente, mi mamá nunca salía sin tener
en su bolso un guante húmedo en una bolsa de plástico. Lo sacaba, me limpiaba y
yo volvía al estado anterior. Fresca, tranquila, una delicia. Hasta la próxima tartine.
Nunca había visto el mar. Era
un gran sueño. Me sentaba a la orilla del lago cerca de mi casa. Con mis manos,
hacía como una especie de caja, de binoculares e intentaba ver solamente un
pedazo del agua, quitando "la tierra" de los bordes. Era el mar mío.
Siento ternura por este laguito cuando lo veo, como cuando uno recuerda a su
primer novio. Vi el mar por primera vez a los 14 años y sabía que un antes y un
después se perfilaban. Me quedé plasmada, no necesitaba la caja de manos para
simular el infinito. Por fin, la inmensidad se planteaba frente a mí con todo
su orgullo. Era impresionante. Todavía no sabía que a los diez y nueve años iba
a perder a mi hermano en el mar.
Por la noche, me acostaba en
la cama y jugaba con mis pies, piernas levantadas trataba de tocar el techo. Me
gustaba mirar entre cada dedo para ver si había mugre. Era como un regalo
sorpresa. Descubría con entusiasmo la bolita negra, era como una hija mía. Así
iba buscando con mucha expectativa. Cada noche esperaba la sorpresa, sí o no se
había formado la mugre. Era una guerra total con mi mamá porque yo no me quería
lavar los pies. Ella nunca supo la causa de esa rebeldía. También miraba mis
pies y sabía que eran de niñas, y que pronto se iban a transformar en pie de
adulto. Los admiraban por eso, por su estado fugaz. Un día de la adolescencia,
los miré y me di cuenta…ya tenía pie de mujer. Otra etapa comenzaba.
Cuando era niña, pensaba que la cola de los gatos le servía de calzones. Para mi ,era lógico: como no tenían tela, los gatos utilizaban su cola para esconder su sexo.
Me acuerdo que cuando era
niña, no se podía caminar. Mis piernas siempre iban corriendo, saltando. Era
imposible controlarlas. De igual manera, me acuerdo que me prometía a mí misma ser
juiciosa y hacer todo lo que mi mamá me decía. No lo podía lograr más de veinte
minutos. Me decepcionaba a mí misma pero sentía que debía rendirme a mi
condición de niña. No obedecer. Me pasa lo mismo, hoy en día, cuando trato de
no fumar, no tomar, no despertarme tan tarde…
Me acuerdo que, un día,
montada a caballo sobre mi hermano acostado, le frotaba mi pañuelo sobre el
torso. Se dio cuenta y dijo: ¡qué asco, me untas con tus moscos! Le contesté
“No importa. Es agua de nariz”
Cuando era niña mi mamá me
decía con orgullo que yo era su bastón para la viejez….no entendía muy bien…ahora
creo que lo decía porque era la sexta y última de sus hijos….cuando estaba
enfadada contra mí, me decía que era su bastón de mierda...no entendía
tampoco….cuando hacía algo muy malo, me gritaba “¡ uuhh camello”, no sabía por
qué los camellos intervenían en este asunto y me preguntaba si ellos eran tan necios
como yo.
Mucho tiempo después, era
profesora, encargada de un salón de niños de cinco años. Había perdido a mi
mamá seis meses antes. Estaba ayudando los niños a vestirse. Me arrodillé
frente a una niña. Le metí la camiseta en el pantalón por adelante, por
detrás, cerré la cremallera de la chaqueta. Hice un nudo con la bufanda
alrededor del cuello. Entré en choc.
Sentí las manos de mi mamá sobre mi propio cuerpo cuando me vestía. Cuando yo estaba de pie sobre la silla amarilla de la sala. Antes de salir para hacer las compras en el mercado. Las manos por detrás, por adelante, a dentro del pantalón, la camisa. Y yo molestando, saltando sobre la silla que tenía resortes. Ayy pero quédate quieta un poquito.
Mis manos son iguales. Arrugadas, fuertes, corticas, las mismas. Había perdido a mi mamá seis meses antes. Y mis manos eran igual que las suyas. Milimétricamente, reproducían sus gestos “vestir a una niña”, gestos de pronto ancestrales, de mi mamá, de mi abuela, de mi tatarabuela…
Sentí las manos de mi mamá sobre mi propio cuerpo cuando me vestía. Cuando yo estaba de pie sobre la silla amarilla de la sala. Antes de salir para hacer las compras en el mercado. Las manos por detrás, por adelante, a dentro del pantalón, la camisa. Y yo molestando, saltando sobre la silla que tenía resortes. Ayy pero quédate quieta un poquito.
Mis manos son iguales. Arrugadas, fuertes, corticas, las mismas. Había perdido a mi mamá seis meses antes. Y mis manos eran igual que las suyas. Milimétricamente, reproducían sus gestos “vestir a una niña”, gestos de pronto ancestrales, de mi mamá, de mi abuela, de mi tatarabuela…
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